Fabiana

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"Una historia esperaba para ser escrita, escondida detrás de años enmarañados y desprolijos, donde se fueron tejiendo múltiples fantasmas, que amenazaban a cada instante con golpear la realidad. Una historia esperaba a que una mujer se atreviera a desgajar momentos y a enfrentarse con aquellas cosas que habían, poco a poco, cargado cada instante de significado. Una historia, una mujer, la vida."

miércoles, 17 de junio de 2009

Amo la Vida - Partes I y II

I

Hacía cinco años que el tiempo se había convertido en una sucesión de controles rigurosos, de preguntas concretas y respuestas acertadas que habían ido calmando mi ansiedad y mis miedos. De manera obsesiva había asistido a cada cita, había sentido la ansiedad lógica en los días previos a la misma y había preguntado una y mil veces las mismas cosas, esperando siempre idéntica respuesta. Sólo esperaba saber que mi cuerpo había logrado controlar “la enfermedad”, como todos la llaman y que ésta nunca volvería a aparecer.
Esta vez era diferente, el tiempo había transcurrido y los estudios no presentaban nada extraño, parecía entonces que ya no era necesario el apoyo de mi compañero de vida para entrar al consultorio y escuchar finalmente que todo había terminado. Esta vez entonces, soñaba con el festejo, con la fiesta que me permitiría celebrar que esta época difícil había terminado. Esos instantes precios a cruzar el umbral, conversaba animadamente con él acerca de lo que podía llevar a la escuela para compartir con mis compañeras. Era un día más, después de allí seguiría la rutina del jardín, realizar el intercambio con los chicos donde cada uno trataba de escuchar a los demás mientras animadamente pugnaba por ser escuchado. Después seguramente vendría alguna actividad donde podríamos enchastrarnos con placer e crear figuras e imágenes que sólo existían en nuestra imaginación, hasta que finalmente podríamos detenernos con alguna historia inventada entre todos o salida de algún libro de cuentos de la sala, despatarrados en el piso.
Iba a ser un día más, como todos, pero en algún instante de la tarde nos íbamos a encontrar “las chicas” a reírnos un rato, a hablar sin parar y de manera simultánea, mientras comíamos algo rico para festejar. Después iría a casa donde el clima de alegría sería general y habría algún mate compartido entre todos con más anécdotas para compartir y más sueños por concretar.
Pero sin dudarlo, esta vez era diferente, pero no iba a saberlo hasta unos minutos después.
Cuando entré al consultorio mi médico de siempre, charlaba animadamente con tres o cuatro estudiantes que con cara de querer saberlo todo, lo miraban absortos y lo escuchaban casi sin pestañar .Miró mis estudios y explicó para todos ellos como había sido el proceso de “mi enfermedad”.
Hablamos de tiempos, - “ ¿tanto ya? ¿Cinco años pasaron? , preguntó él y nos reímos juntos.
Casi de manera inmediata y como hacía siempre se detuvo en una minuciosa revisación. Yo tenía algunas dudas y molestias, pero como siempre mi ansiedad me jugaba alguna mala pasada y poner las angustias en el cuerpo era la manera común de enfrentar las cosas, esperé su veredicto. Seguramente me diría que todo estaba bien, que eran sólo nervios, que ya no tenía de que preocuparme.
En ese instante, el clima pareció haber cambiado para siempre .El rostro se había puesto serio y solo observaba y palpaba.
-“Nos conocemos”, me dije a mi misma. Algo en su actitud había cambiado, había dejado de reírse. Enseguida ,una sucesión de cosas como si fueran una ráfaga, pasaban delante de mis ojos. Parecía estar afuera de la situación. Él, explicando que necesitaba realizar una biopsia de inmediato, que había cambios que le indicaban que algo podía no andar bien. -“¿Será neurosis? dije, mientras agregaba -“ viste que yo siempre puse cosas en la mama …. y ahora que murió mi mamá…”. Él ,sin dudarlo siquiera ,agregó -“No, esto no es neurosis”.
Me sentía fuera de la situación, escuchaba sin poder entender que estaba pasando. De pronto , una sucesión de hechos , la orden médica, el teléfono pidiendo él mismo turno para una biopsia de manera urgente y la confusión adueñándose de mí.
Salí del consultorio con la certeza de que algo no estaba bien, confundida y con miedo, ya conocía esa sensación, pero no quería enfrentarla. A partir de ahí explicarle a Gus y volver al consultorio inmediatamente para que nos vuelva a repetir aquello que no entendíamos. Debía volver en dos días para el estudio , había un pequeño porcentaje de tumores de mama que no aparecían en los estudios, cosas que hasta entonces desconocíamos. Entonces comprendí que los pequeños porcentajes nunca me habían favorecido, desde el comienzo de esta historia.
Esos días iban a ser largos y difíciles, tratar de entender no era sencillo y adentro de mí había mucha angustia y mucho miedo, junto a la seguridad de que las cosas no estaban realmente bien.
De pronto la mama paso a serlo todo, había cambiado su forma y su textura y aparecía un dolor como una puntada de manera casi permanente. Era el centro de mi día, la observaba cambiar como si no me perteneciera, casi como a un objeto extraño que de repente había transformado mi vida. Esa vida que yo había planificado y organizado para que todo resultara diferente.
Casi de manera obsesiva me dediqué a recordar cada uno de los gestos y las palabras del médico,
-“¿qué habrá querido decir cuando no dijo? ¿en qué momento exacto cambió su actitud?”, me preguntaba una y otra vez, repasando mentalmente el encuentro. Sin duda, iba y venía con mis emociones, repitiéndome que esto no podía estar pasando, no a mí , ya que sólo era un control más para no dejar nada librado al azar. Momentos después surgía el terror más infantil y las ganas de que mágicamente apareciera alguien que me prometiera que todo iba a estar bien.
El día de la biopsia, nos encontramos con el médico en los pasillos del hospital, se acercó y con mucho afecto me llevó de la mano hasta el consultorio, diciéndome -“te estaba esperando” y hablando de manera muy pausada y tranquila.
Ahí fue cuando tuve la certeza .Lo miré a Gus que iba unos pasos más atrás y quise gritarle que ya lo sabía, que algo en ese gesto protector del médico había sido esclarecedor y que no necesitaba la biopsia.
“La enfermedad” se había instalado de nuevo, yo le había abierto la puerta de alguna manera que aún desconocía y la había dejado anidar en mí. Esto me permitió serenarme y esperar.
Durante esos días habitualmente uno se descontrola de ansiedad y teme lo peor, esperar un resultado puede transformar la vida en un infierno, pero yo no necesitaba eso, así que empecé a prepararme para afrontar lo que entendí iba a ser de nuevo una batalla.
Al menos, así la comencé llamando cuando comenzó.
En la escuela me dediqué casi exclusivamente a poner en orden algunas cosas, la residente estaba a cargo del grupo y podía atender las cuestiones que entonces me preocupaban, organizar la carpeta didáctica y las planificaciones, poner al día los legajos, los gastos de la sala y dejar todo el placard y los materiales listos para que otra persona pudiera tomar mi lugar como docente. Mucho tiempo después entendí que esta necesidad de poner orden no era sólo sobre mis objetos personales, me estaba despidiendo del jardín. Tenía miedo y no podía hablar de ello, ocupaba cada instante encarpetando, guardando y archivando cosas, poniendo etiquetas y redactando notas para que a nadie le quedara ninguna duda de cómo seguir con mi trabajo. Entonces no lo entendía, me parecía lógico y normal, hoy entiendo que en realidad lo que necesitaba era ponerle nombre a lo que pasaba y encontrar los espacios para cada una de las cosas que estaban enmarañadas dentro mío.
Esta especie de despedida era mi miedo a no volver a mi lugar, a mis cosas, a mis afectos.
Espacios, Nombres, Lugares, serían palabras que volverían una y otra vez para encontrar un nuevo significado a medida que caían los velos que cubrían mi alma.




II


A medida que transcurrían los días , la sensación de certeza parecía afianzarse dentro mío, casi como si hubiera estado esperando hace bastante tiempo que esto ocurriera, como si secretamente hubiera abierto un espacio para la enfermedad , sin darme cuenta.
En casa manteníamos largas conversaciones acerca del futuro, de las probabilidades y de situaciones similares que les habían ocurrido a otros. Nos sentábamos a conversar tan sólo para escucharnos decir las mismas cosas, una y otra vez, como tratando de convencernos con cada palabra que todo iba a salir bien.
Gus se mostraba muy seguro y confiado y por momentos adoptaba una actitud casi infantil de serenidad que me enternecía sobremanera. De alguna forma empecé a darme cuenta que estábamos atravesando la misma situación pero cada uno había ido construyéndola diferente, desde sus propias historias personales. Yo había llegado antes a la certeza y a la aceptación, aún sin haber tenido el diagnóstico, ya sabía que nuevamente tenía cáncer. Había leído cada una de las señales que mi médico había emitido aún sin decir palabra, sus gestos, sus miradas, sus tonos de voz, su actitud protectora y casi paternal.
Y había esperado que ocurriera.
Finalmente, en una de nuestras charlas vespertinas, soltamos los sentimientos y nos escuchamos hablar de nuestros miedos y creencias, hasta que poco a poco pudimos construir una certeza compartida.
Así llegamos al consultorio del médico a escuchar el resultado, en una aparente tranquilidad, dándonos fortaleza y tomados de la mano, sabiendo lo que íbamos a escuchar, aunque muy profundamente no seríamos capaces de asimilarlo todavía ni de comprender de que manera esto cambiaría para siempre nuestras vidas.
De forma clara y directa, recibimos la confirmación de que tenía un tumor invasivo en la mama, por lo cual debía comenzar de manera inmediata a realizar una serie de estudios, y llevar a cabo una rápida consulta con una especialista para comenzar un tratamiento de inmediato.
Durante toda la explicación sentía las lágrimas que corrían por mi mejillas sin poder detenerse, y al mismo tiempo la mano de Gus que apretaba la mía como queriendo protegerme de todo y gritándome a través de cada poro su amor incondicional. Todo fue emoción y angustia profunda, las sensaciones parecían venir desde el centro de mis entrañas y subir apoderándose de todo mi cuerpo. No podía entonces entender lo que me estaban explicando con claridad y sencillez, ni siquiera intentaba seguir la lógica de las palabras, sólo sentía y sentía profundamente como un pozo negro se abría dentro de mí.
Sobre el escritorio el médico había extendido un sinnúmero de órdenes médicas que se entremezclaban con las explicaciones. Sólo miraba sin ver y realmente no lograba atender absolutamente a nada. Sosteniéndome tan solo de la mano de Gus , como aferrándome a la vida , que sentía se me estaba escapando, es que pude decir -“necesito ayuda”, y casi como un grito desesperado -“hay algún grupo en el hospital…?”.
No pude entender hasta mucho tiempo después que ese había sido el comienzo de un largo proceso de transformación. Desde el centro de mi angustia y mi dolor había logrado pedir ayuda y me había reconocido por primera vez, como un ser vulnerable y necesitado.
Salí del consultorio confundida, sin entender como debía seguir y preguntándome una y otra vez -“¿por qué a mí?...”, sin poder dejar de llorar ni un instante.
En ese momento creía haber recibido el anuncio de una muerte inevitable e inminente, no podía salir de ese pensamiento y rumiaba sobre todas las variantes que aparecían en mi mente. Pasaba de la ira a la angustia más profunda y visceral, me repetía una y otra vez la misma pregunta “¿por qué?” y estaba profundamente enojada conmigo porque sentía que había hecho todo sin que esto sirviera de nada, con el mundo como si este fuera un gran organizador de los designios de cada uno de sus habitantes y con la ciencia porque de nada habían servido los controles minuciosos y obsesivos, ni las constantes visitas al médico. Yo me había transformado en estos últimos cinco años en una “ paciente ejemplar”, de esas que acompañan al médico y cumplen con sus indicaciones, me había sentido responsable de mi tratamiento, pero no había logrado percibir que la curación de una persona es un proceso bastante más complejo y no se trata solamente de un cuerpo recibiendo medicación. Yo había logrado dejar afuera mis emociones, las había mantenido controladas y había vuelto a sentirme omnipotente y perfeccionista, casi sin darme cuenta.
Y casi sin darme cuenta había regresado al punto de partida.
Sentados en un café, hablaba sin parar sobre las múltiples cosas que jamás podría hacer, aquellas que no iba a poder llegar a ver, las que iba a perder en poco tiempo, y así sucesivamente. Seguía llorando y Gus trataba de consolarme con explicaciones, casi atajando mis reclamos por los distintos frentes donde se presentaban.
Tuve muchos miedos, pero sin duda el miedo de no poder ver crecer a mis hijos fue el más angustiante , de no llegar a verlos armar sus propias vidas, de no llegar a conocer a los nietos que seguramente tendría, de no conocer París ,esa ciudad que tanto llena mis sueños. Miedo de no tener el tiempo suficiente, miedo del deterioro,miedo de la enfermedad…. La lista era interminable y los pensamientos seguían surgiendo sin control uno tras otro.
En ese momento, casi como un pase mágico, sentí como Gustavo tomaba las riendas de la situación y empezaba a hacerse cargo de sacarme de ese estado, poniendo su cuota de racionalidad y de impulso “proactivo”, como siempre me gustó llamarlo. Allí estaba el obstáculo a vencer y había que enfrentarlo, -“de esto salimos juntos”, me dijo y me entregué sin dudarlo a esa frase. Ahí fue cuando empezamos a hacer algo.
Lo ví tomar las órdenes y decirme de que manera íbamos a volver al hospital para comenzar a pedir los turnos. Yo me sentí absolutamente incapaz de siquiera cruzar la calle y me dejé llevar.
Con esa actitud que lo caracteriza lo vi ir de uno a otro sector, hablar con empleados y explicar una y mil veces la urgencia de los turnos, mientras me limitaba a seguirlo.
Agradecí entonces su capacidad de lograr aquello que se propone, la que yo siempre había admirado. Me fascinaba ver como muchas cosas que parecían imposibles empezaban a solucionarse y eso comenzó a darme una leve sensación de tranquilidad. En ese entonces, sentía que se trataba de una vertiginosa carrera contra el tiempo, quería empezar a “hacer algo” y ese algo tenía que ver con tomar de nuevo el control de mi propia vida.
Cuando regresamos esa tarde a casa, habíamos logrado obtener todos los turnos para la próxima semana, incluyendo la primera sesión con una terapeuta.
Esos primeros instantes fueron difíciles, pero pudimos dar los pasos necesarios para arrancar. Eran inevitables la angustia, el dolor y la bronca por el diagnóstico, pero fue también es esos primeros momentos en los que recibí las demostraciones de amor más bellas y sinceras de quienes estaban a mi alrededor. Los abrazos profundos, las palabras de aliento y el calor de sentir que no estaba sola.
Al día siguiente, se trataba de un día sábado, me sentía realmente agotada y no tenía demasiadas fuerzas para moverme de la cama. En tan sólo veinticuatro horas, me había atravesado un tsunami de emociones y quedarme esa tarde metida entre las sábanas y acurrucada en una esquina me pareció entonces el mejor programa. Al rato recuerdo el llamado de mis compañeras del jardín, por ese entonces esa era la manera en que las llamaba, que me proponían encontrarnos a tomar un café en Plaza Serrano. Tarde de sol, amigas y ganas de compartir, parecían suficientes, pero sentía mucho dolor en la mama y ésta estaba bastante inflamada .Una vez más necesité un empujón para arrancar y ponerme en marcha. Elegir la ropa y prepararme para salir no me entusiasmaba demasiado, pero tenía ganas de verlas y charlar, olvidarme un rato de todo y pasarla bien.
Fueron cuatro horas increíbles, en las que nos reímos, contamos anécdotas y hablamos del jardín y de los niños y como en todo encuentro, de “los hombres” que acompañaban o no nuestras vidas. Sentí entonces un apoyo incondicional de todas y cada una de ellas. Cada una, fiel a su estilo y con sus propias palabras… Volví a escuchar entonces, “de esto salimos juntas” y juro por mis hijos que en esas horas no volví a sentir dolor ni angustia.
Me propusieron empezar a encontrarnos más seguido, salir, ir al teatro, a comer y las sentí muy cerca. Cada una, creo que sin proponérselo, me empezó a llenar de energía, de esa que tenemos las jardineras que disfrutamos de nuestro trabajo. Esa misma energía que se llena de las risas y las ocurrencias de los chicos y se enchastra de colores.
Pero esto comenzó a ser además un punto de encuentro y desde donde empezamos a construir juntas algo más que un compañerismo. Nos miramos por primera vez profundamente al alma y decidimos tácitamente ayudarnos a crecer.
Al regresar, empecé a tomar conciencia de que algo había cambiado y no podía darme cuenta muy bien de que se trataba. Empecé a pensar entonces que no había ingerido ninguna medicación ni tampoco iniciado ningún tratamiento, entonces la clave debía estar en lo que había pasado esa tarde.
Lo que había pasado era ni más ni menos que una ráfaga de felicidad y yo me había agarrado a ella de una manera casi desesperada. Reírme a pesar de “mi tsunami”, como lo empecé a llamar, me hizo bien y me volvió a conectar con la vida.
Poco a poco y con la ayuda de Gus, comencé a organizarme para enfrentar la próxima semana, armamos un calendario y anotamos cada una de las cosas que debía hacer, los estudios a realizar y los médicos que tenía que ver en esos días.
De alguna manera, el sentir que podía empezar a hacerme cargo de algo me devolvió el control sobre mi vida. El factor tiempo estaba muy presenten mí, buscaba una y otra forma de asegurarme entonces que el tiempo estaba de mi lado y que iba a tratar de iniciar el tratamiento cuanto antes.
Durante esa semana aproveché cada visita al hospital para pedir resultados anticipados, activar turnos y realizar consultas. Entonces me contacté con mi clínico a quien le expliqué la situación y me tranquilizó confirmando aquello que yo pensaba, estaba en manos de excelentes profesionales y en muy poco tiempo estaba poniendo en marcha un tratamiento.
A diferencia de la primera vez que tuve cáncer de mama, en la que me dediqué exhaustivamente a estudiar la mama, y el tipo de cáncer, ahora eso no parecía ser importante y en realidad me bastaba con saber que estaba en mí y que debía tratarlo. Por ese entonces me enteré que aquellos tumores que son de rápido crecimiento resultan a la vez muy permeables a los tratamientos y empecé a sentir que eso resultaba favorable.
Una de las cosas que me permitió comprender lo que me estaba pasando emocionalmente, fue una charla con mi médico clínico, que me explicó que todo lo que yo sentía, las broncas, el enojo, la culpa, etc., era todas reacciones normales frente a un diagnóstico de cáncer. Hay estudios realizados sobre las etapas por las que un paciente va a atravesando a medida que puede o no enfrentar aquello que le sucede y yo no me encontraba exentas de ellas.
En ese momento no pude comprenderlo totalmente, pero debía ir poco a poco dando los pasos necesarios para iniciar el camino de la recuperación.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me tenia que tomar un tiempo y leerlo todo, mi amor Fabi si supieras todo lo que puede ayudar a los demas esto que escribis,es de una ayuda incalculable asi, contado desde las entrañas y desde lo cotidiano, como un diario intimo que decicistes abrirlo para otodos nosotros. te quiero Fabi gracias por todo esto,por lo que nos haces sentir cuando leemos tu historia.

Rayuela dijo...

Hermosas tus palabras!!!!! lástima que no se como agradecerte... Lo hacés con tanto afecto que seguro debo tenerte muy cerca. Ya me o dirás personalmente y te voy a dar un abrazo gigante! Fabi