Fabiana

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"Una historia esperaba para ser escrita, escondida detrás de años enmarañados y desprolijos, donde se fueron tejiendo múltiples fantasmas, que amenazaban a cada instante con golpear la realidad. Una historia esperaba a que una mujer se atreviera a desgajar momentos y a enfrentarse con aquellas cosas que habían, poco a poco, cargado cada instante de significado. Una historia, una mujer, la vida."

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Amo la Vida- Del cáncer a la transformación (Parte XX)

XX


Aquellos días en los que estuve internada se transformaron en un punto de inflexión para muchas cosas a mi alrededor. Todo parecía tener un antes y un después, pero no solo como un sencillo recordatorio de la cronología de los hechos, sino que por alguna razón que entonces no llegaba a comprender, se había transformado en la profunda transformación de cada una de las personas que habíamos participado del mismo.
Habían decidido darme el alta para continuar con mi recuperación en casa, lo cual implicaba seguir con un reposo absoluto, una dieta estrictísima y con la medicación antibiótica por unos días más. Sin siquiera proponérmelo, al menos concientemente, me encontraba angustiada y dolorida a mas no poder, pero entre mis propias sábanas. Apenas podía movilizarme y dar unos pasos, que ya estaba completamente exhausta, lloraba a mares por cualquier razón y lo único que me daba un poco de paz era sentir la textura y los olores de mis propias sábanas, que parecían estar esperándome para cobijarme.
Mailén y Victoria se acostaron a mi lado en la cama a conversar, más bien a escuchar con paciencia las cataratas de emociones que brotaban de mi boca. Eran mezclas de agradecimientos , con angustias, con dolores y con las consabidas ausencias, que ahora habían pesado más que nunca ante la fiereza de las presencias sostenidas de la familia que había construido.
Faltaría aún , un tiempo más para llegar a comprender los cambios que habían estado implicados entonces, y que habían permitido que finalmente cayeran los velos que seguía sosteniendo frente a mí, tan solo para no terminar de ver algunas cosas que siempre habían estado .
En esos días me reencontré con mis aspectos más infantiles, con la desprotección de quien tiene miedo y se sumerge en la palabra de sus afectos que le prometen que todo va a estar bien. Pero también me encontré repentinamente, con las pequeñas seguridades de quienes me quieren bien y se entregaron a acompañarme , mientras yo me atrevía, casi por primera vez , a mostrarme vulnerable, débil y necesitada.
Una amiga me repetía que dejara de asombrarme , que yo solo cosechaba lo que siempre había sembrado. Algo tan obvio y sincero como eso, no dejaba de encontrarme maravillada y absorta, cuando me despertaba de un sueño a deshora en el hospital y a mi lado tenía a mi tía Betty, la misma que había desenredado pacientemente mis rulos, la de la mágica sopa a la reina, la del amor incondicional a sus hijos, cuidando que todo estuviera bien y divirtiéndome con sus anécdotas de siempre.
Los velos habían comenzado a caer, uno a uno, así, dolorosamente por primera vez y me habían llenado de preguntas sin respuesta, o quizás sí , había respuestas para enfrentar y resultaban muy dolorosas.
A lo largo de toda mi historia, había crecido luchando contra muchas cosas que se me habían antojado difíciles de resolver, me había ido a vivir sola muy tempranamente, había tenido una hija de soltera y la había criado también sola los primeros años de su vida, había enfrentado numerosas dificultades económicas y de las otras, pero había salido victoriosa y fortalecida, había dedicado todos mis esfuerzos por demostrar y demostrarme que podía lograr lo que me propusiera, pero nunca lo había hecho verdaderamente por mí, siempre había sido para la mirada de quienes nunca me había visto, de quienes siempre creían que no era suficiente.
Todo mi intento había sido siempre el de luchar por un lugar, por un afecto, por una mirada, y esa suprema sobreexigencia había ido dejando todos mis deseos personales, uno a uno, de lado y postergados. Alguna vez por ese entonces, mi psicóloga me había señalado muy oportunamente, para quién hacía mi trabajo de maestra, seguramente en respuesta a alguna manifestación de mi parte de cómo me gustaba trabajar con los chicos en la sala, tratando de lograr que cada uno de lo mejor de sí mismo. La respuesta era obvia, de manual, “para los chicos”, “me interesa que aprendan” pero también recuerdo haber agregado que me interesaba tener un muy buen vínculo con los padres, que me parecían fundamentales en el proceso . “¿Los padres de quién?, respondió ella. Eso bastó para que yo repensara toda mi historia y me diera cuenta de que “todo” , indefectiblemente, había sido para ellos, antes que para mí.
Desde chica había soñado con una gran familia, de esas que aparecen en las películas, con primos, tíos, montones de chicos, mucho amor, repleta de personajes típicos y había decidido, al mejor estilo Susanita, que la iba a tener por mí misma. Quizás por ello, envidiaba las fiestas en casa de mis tíos, repletas de gente, bullicio y risas, adonde no me dejaban participar , sino tan sólo anhelarlas detrás de una simple pared divisoria. Quizás por eso hubiera querido alguna vez participar de los viajes que mi tío organizaba en el colectivo, cargando colchones y gente, en lo que me parecía entonces una aventura increíble con mis primos. Quizás por eso también, cuando llegué por primera vez a la casa de las tías de Gustavo, la que era históricamente el centro de reunión de una familia de once hermanos, de las cuales mi suegra era la más pequeña de todos, entendí por primera vez que siempre había deseado una familia parecida. Así, con sus malos entendidos, sus sobremesas, sus históricas anécdotas y sus roles predeterminados, esperando un mate preparado con agua tibia y otra pava, tan solo para mí, como solía hacerlo Mariquita. Así también, con un patio gigante repleto de árboles y plantas, que se transformó en el espacio de juego de tantos años para mis hijos, donde se escondían, vivían aventuras y soñaban, mientras llegaba el aroma de alguna cosa rica de la cocina de Linita.
Quizás por eso, la primera vez que anduve por allí, quedé fascinada y ante la pregunta de Gus sobre como la había pasado, simplemente respondí que sentí por primera vez , que allí “podía sacarme los zapatos”, no sé si entonces lo comprendió o le hicieron falta unos cuantos años de vida juntos, para llegar a entender todo lo que quedaba encerrado en esa afirmación.
Seguramente, por eso me apropié de esa familia como si hubiera sido la mía desde siempre y dejé que mis hijos la disfrutaran plenamente, para asistir al paso de los años y a como cada uno iba asumiendo los roles de quienes iban partiendo, para seguir su camino. Así se fueron formando las nuevas familias y los nuevos centros de encuentro, para continuar con las historias compartidas. Quizás por eso, sigo disfrutando de las cosas ricas que siempre prepara Silvia, mi cuñada, como por arte de magia, con la simpleza de los ingredientes de siempre pero mezclados con la historia que tienen detrás , mientras asisto divertida a las respuestas de Julián que dice seriamente “yo quería una madre que cocine…”, mientras me limito a abrir alguna caja mágica para preparar alguna receta express que no necesita siquiera horno.
No sólo habían comenzado a caer mis velos poco a poco, sino que además había descubierto que mis afectos de siempre estaban allí, esperando que los vaya a buscar para comenzar a reunirlos con mi propia historia
La familia puede transformarse en esto, el espacio donde uno puede sentirse libre de andar descalzo y sin caretas , donde podemos apoyarnos en las fortalezas de cada uno de quienes nos rodean cuando hace falta y brindar las nuestras cuando el otro no llega con las suyas. No siempre es posible, no siempre se puede concretar , pero sin dudas, para quien siempre la ha necesitado, es además el espacio para sentir que uno ha llegado por fin a “su lugar”.