Fabiana

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Argentina
"Una historia esperaba para ser escrita, escondida detrás de años enmarañados y desprolijos, donde se fueron tejiendo múltiples fantasmas, que amenazaban a cada instante con golpear la realidad. Una historia esperaba a que una mujer se atreviera a desgajar momentos y a enfrentarse con aquellas cosas que habían, poco a poco, cargado cada instante de significado. Una historia, una mujer, la vida."

lunes, 6 de julio de 2009

Del cáncer a la transformación - Parte XIII -

XIII

Algunas rutinas se habían ido incorporando a mi vida casi sin darme cuenta y otras, claramente, se habían ido diluyendo poco a poco. Por primera vez en mucho tiempo me sentía verdaderamente vital y llena de energía.
Mis mañanas se habían transformado en un caminar y caminar, haciendo ejercicio, pero a la vez recargando la energía, después detenerme a leer y comer algo; quizás ir al cine a ver el montón de películas atrasadas que siempre había dejado para después, mientras me despatarraba en una sala vacía a media tarde.
De manera muy progresiva había comenzado a disfrutar de mis momentos de “meditación”, ya no sólo los buscaba sino que ahora los había empezado a necesitar. Los ejercicios del libro me resultaban más sencillos de llevar a cabo y las visualizaciones se habían ido transformando. Las imágenes eran cada vez más claras y me transmitían mucha paz y seguridad. La montaña de huevas grisáceas y gelatinosas que representaban mi cáncer, se iba diluyendo cada vez más rápidamente y mis leucocitos se multiplicaban hasta transformarse en millones a mi alrededor. Luego imaginaba mis metas, tan reales, tan posibles, tan cercanas, me veía feliz y disfrutando de la vida. Poco a poco se había ido diluyendo la desesperanza que había sentido al recibir el diagnóstico y a pesar de que me encontraba en pleno tratamiento y me quedaban muchos meses por delante, visualizaba a mis células cada vez más débiles y a mi tratamiento cada vez más poderoso.
Hacía exactamente dos semanas había recibido la primer aplicación de quimio y habíamos planificado con Gus una escapada de fin de semana, antes de tener el segundo ciclo. Pensábamos aprovechar ese tiempo para descansar, juntar energías, comer bien y reencontrarnos, así, como un paréntesis.
Esa mañana de jueves, después de bañarme, comencé a despedirme de mis rulos, medio rubios, medio castaños, los mismos que habían crecido conmigo, los que costaba desenredar con mucha paciencia desde siempre. Esos que se resistían a quedarse en su lugar y que de chica solo podían peinar las manos de mi tía Betty.
Me había imaginado muchas veces cómo podría llegar a ser el momento en que esto sucediera, ¿se irían cayendo de a poco o por mechones? ¿Cuánto duraría días, semanas, meses? ¿Cómo me iba a sentir cuando esto sucediera? No podía saber las respuestas hasta este momento, cuando me encontré que ya no podría desenredar mi cabello porque cada vez que pasaba el peine se iba un mechón entero, así, sin dudarlo, largo y con un rulo enmarañado cayendo al piso de mi baño.
Me miré al espejo y entonces como me había pasado casi siempre en estos cuarenta años, cuando aparecía una situación difícil que me asustaba, en lugar de paralizarme, di el primer paso para enfrentarla. Sin dudarlo, miré mis rulos sexies y tomé una tijera decidida a dejarlos ir, junto a todas esas cosas que tenía que abandonar; así, de una vez y para siempre, se fueron con mi mochila de culpas y dolores, con mis historias atravesadas , con mis culpas, dejando lugar a una cabellera cortita que duraría tan solo un día más.
Me miré al espejo y me gustó esa imagen de mujer segura .Fue ahí cuando decidí que después del tratamiento iba a tener un corte loco, desflecado, que iba a jugar con el color y quizás con mechas largas entremezcladas.
Allí estaba yo, mirando mi nueva imagen al espejo y decidiendo terminar con la tarea comenzada el día anterior. Fue así como llegué a rasurar toda mi cabeza, sin preámbulos, sin llantos, sin dudas, despidiendo una etapa y jugando con la siguiente.
Allí estaban mis ojos mirándome desde la imagen reflejada en el espejo, tratando de asimilar los cambios, recorriendo de arriba hacia abajo, observando cada pliegue del cuero cabelludo, cada marca. Parecía un mapa de mi vida, algún corte de chica que había olvidado , las arrugas en los ojos salidas de cada risa compartida, mi entrecejo fruncido y duro, que estaba comenzando aflojarse. Estaban todas mis señales, todos mis momentos en cada una de ellos y este era una más, para recordarme un nuevo aprendizaje.
El paso siguiente era maquillar mis ojos con cuidado, buscar una de las pelucas y comenzar a hacernos amigas, hasta poder ir juntas con comodidad por la vida.
Al principio mi pelada había estado reservada a la mirada de Gus, que decía que me resaltaba más los ojos, que mi cabeza era muy parejita y que le parecía también muy sexy.
Solía maquillarme y salir de mi habitación con la peluca puesta, tratando de proteger a los demás de ver el primer signo visible de la quimioterapia en mi cuerpo.
Sin embargo, a los pocos días fui a una clase de yoga con mi peluca y al poco rato de comenzar, sentí que había cometido un terrible error. Me sentía incómoda y pendiente de no perderla en cada movimiento, no podía bailar ni moverme, sentí que no había podido disfrutar de la clase y que había estado muy tensa todo el tiempo. Al finalizar, la profesora me preguntó cómo me había sentido y yo le comenté que estaba usando peluca y que esto no me había permitido sentirme del todo bien, explicándome como si pidiera disculpas. Alrededor había un par de compañeras que con absoluta franqueza se incorporaron a la conversación y me dijeron: - “este es tu espacio, sentite libre”.
Ese era mi espacio, al igual que el de mi casa y tenía que empezar a sentirme a gusto con este cambio, no taparlo y esconderlo de la mirada de los otros, la que siempre había estado allí.
Sin saberlo, me estaba yendo de la clase con algo más que energía, la misma que ese día no había fluido .Habían pasado otras cosas en mi interior, había podido escuchar con el corazón la frase “sentite libre” y había decidido que deseaba sentirme así.
En esos días había caído mi cabello de una vez, pero también había logrado verme diferente, comprendí que nada hubiera podido ser de otra manera, al menos no para mí.
En el transcurso del tratamiento me encontré con muchas mujeres en mi misma situación, pero cada una llevaba este cambio de manera tan distinta que hacía pensar que en realidad era más una huella de identidad, que otra cosa. Conocí mujeres que persistían en un cabello escaso y muy ralo, como tratando de no desprenderse de lo poco que les quedaba de su vida anterior. Conocí otras que llevaban su pelada con un aire tan seductor y libre, que hacía pensar que la vida se había transformado en un desafío. Las conocí hablando de las conquistas por venir, de las pérdidas sufridas, de los aprendizajes logrados, de los descubrimientos, de los dolores permanentes, de los hombres que se iban asustados y de los que llegaban para quedarse, de los hijos que se alejaban y de los que se acercaban, de los amigos que desaparecían y de los que gritaban presente. Mujeres viviendo el cáncer como viven la vida, algunas entregadas y aceptando, otras enfrentando y peleando, algunas tan sólo esperando mientras otras creíamos que se trataba de una nueva oportunidad que nos regalaba la vida para crecer.

2 comentarios:

Carmen dijo...

Te estoy acompañando en este tránsito que devela a cada paso tu maravillosa personalidad. Un beso.

Rayuela dijo...

Como siempre Carmen, GRACIAS!!!!Hermoso tu mail del otro día, intuía una relación más allá del placer por leer y escribir (en mi caso un intento...)Espero el contacto con tu amiga. Besos. Fabi