Fabiana

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"Una historia esperaba para ser escrita, escondida detrás de años enmarañados y desprolijos, donde se fueron tejiendo múltiples fantasmas, que amenazaban a cada instante con golpear la realidad. Una historia esperaba a que una mujer se atreviera a desgajar momentos y a enfrentarse con aquellas cosas que habían, poco a poco, cargado cada instante de significado. Una historia, una mujer, la vida."

martes, 14 de julio de 2009

Del cáncer a la transformación -Parte XIV -

XIV

El tratamiento se había incorporado a mi vida con una naturalidad sorprendente, había podido acomodar los horarios para seguir haciendo las clases de yoga de manera de tener cierta continuidad y mis citas de los martes con la psicóloga se habían convertido en algo más que necesarias.
A la siguiente visita con el patólogo mamario, parecía este muy asombrado de cómo había respondido mi cuerpo al primer ciclo, de modo que llamó a otro médico para corroborarlo.-“Yo no palpo tumor”, le escuchamos decir.-“a veces no hay respuesta al tratamiento”. Por mi parte, estaba convencida que no se trataba sólo de las drogas que habían logrado un efecto asombroso, sino que mi concepción llegaba bastante más lejos, había decidido no ignorar más mis necesidades emocionales y estaba decidida a poner el tratamiento de mi lado.
Las siguientes quimioterapias, los ciclos ocurrían cada veintiún días, fueron distintas a la primera. En ese entonces Sara, mi suegra, se convirtió en mi compañera incondicional durante las horas que debía estar en el hospital. Pero no se trataba solo de hacerme compañía pacientemente, sino que fuimos transformando esos encuentros en un espacio divertido y ameno. Cada vez, nos íbamos provistas de libros y claringrillas y establecíamos una suerte de competencia, para resolverlas. A veces nos permitíamos usar el diccionario, en otras nos cambiábamos palabras como si fueran figuritas difíciles. Más tarde armábamos un partido de burako sobre una bandeja y nos pedíamos revancha, tan solo para disfrutar de otro más a continuación. Solíamos conversar animadamente con nuestras ocasionales vecinas, compartir lecturas y algún que otro partido de cartas.
En algunas ocasiones hasta recibíamos los retos de Roberto, el enfermero, cuando levantábamos demasiado la voz o nos reíamos. Sin dudas, era la compañía que me hacía falta para terminar de transformar esos momentos. Me sentía cuidada, querida y protegida por primera vez, de la manera especial y única en que una mamá sabe hacerlo. Ella estaba ahí, como no suelen estar las suegras, tan solo porque así lo sentía, sosteniéndome la mano para no sentir el pinchazo, jugando como si estuviéramos en la playa una tarde de verano, leyendo revistas de chimentos, conversando, diciendo presente.
En una de estas sesiones de quimio, debía realizar cuatro antes de la operación, conocí a Claudia .Ella estaba junto a su mamá esperando recibir su ciclo de drogas a un par de sillones del que yo me había ubicado. Era un día especial, me sentía muy segura y hablaba de las terapias de centros de energía y la meditación con otras dos pacientes. Una de ellas estaba recibiendo su primer ciclo y la otra estaba perdiendo su cabello. Casi sin quererlo me encontré charlando animadamente y transmitiendo mi energía contagiosa a ambas, pasándonos los teléfonos y recomendando el lugar donde yo iba a hacer yoga. Claudia y su mamá se incorporaron a la charla, ya que uno de los profesores de la escuela de yoga había resultado casualmente ser su padre. A partir de allí nos pasamos las siguientes cuatro horas conversando juntas de las coincidencias de la vida, de nuestros tumores y de nuestras familias. Ella había pasado por el mismo tipo de diagnóstico y ya había sido operada, ahora estaba realizando su último ciclo de drogas y se había convertido en una experta ante mis ojos. Teníamos la misma edad, su hija mayor había ido al colegio donde yo era maestra, conocía la terapia de centros de energía y se había vuelto macrobiótica. Ese día Claudia me contó con detalles como había sido su operación, así como también los cuidados que había tenido que tener después con los drenajes y cómo había ido recuperando los movimientos del brazo poco a poco. Esas eran las preguntas que rondaban en mi cabeza, desde hacía unos días, y ella parecía estar allí para responderlas, tal como yo había estado hacía unos momentos, compartiendo mis humildes seguridades con quienes recién comenzaban en este proceso.
Nuestras casualidades parecían habernos encontrado una vez más, allí sentadas frente a frente, casi como si fuéramos dos personajes de “La Novena Revelación” de James Redfield, el encuentro se había producido porque teníamos algo que darnos mutuamente.
Ese día conocí a través de ellas a quien después se incorporaría a mi vida, para multiplicar mi energía de una manera asombrosa. Nos despedimos con un beso y prometiéndonos mantenernos en contacto. Yo llevaba además un número de teléfono anotado en la revista que había estado leyendo y la recomendación de contactar a Otto, así se llamaba su padre, para realizar una sesión de acupuntura al día siguiente.
Hasta ese momento me encontraba totalmente entregada a la medicina tradicional, confiando ciegamente en los médicos que me atendían. Entonces ¿por qué no intentar ver de qué se trataba esto de lo que tan maravillosamente me había hablado Claudia y su mamá?
Así fue como llegué a su consultorio al día siguiente, cargada de escepticismo y de una gran cuota de racionalidad, dispuesta a no dejarme pinchar si no me sentía segura del procedimiento.
Otto se dedicó a explicarme pacientemente todo lo que yo deseaba saber acerca de la medicina china, la acupuntura y la increíble forma en que estas agujas actuaban como pequeñas antenitas para recibir la energía del universo.
Sin embargo, hizo bastante más que explicar detalladamente. Poco a poco fue construyendo un espacio de confianza que transformó mis temores iniciales en las ganas de intentar saber qué efecto tendría la acupuntura en mi cuerpo.
Después de esa primera sesión, que en efecto me había resultado absolutamente indolora, no sentí el cansancio habitual de la quimioterapia ni me vi afectada por la baja de defensas. En todo caso, había sentido sí, muchísima energía y vitalidad, de una manera inusual.
Comencé a ser usuaria habitual de la acupuntura y a mantener extensas charlas con Otto, cada vez con más preguntas y apasionándome por una filosofía de vida que hasta entonces no conocía en profundidad.
Muchas de las cosas que escuchaba en su consultorio me resultaban totalmente novedosas y algunas pocas, vagamente familiares. De pronto me encontraba descubriendo que las agujas no se colocaban en cualquier parte del cuerpo, sino en aquellos lugares que actuaban como puntos de energía y desde allí iba a trabajar para recuperar el equilibrio perdido. Palabras que había escuchado antes desde otros saberes, pero que en definitiva hablaban de lo mismo, de desarreglos internos que venían de mucho tiempo atrás.
El yin y el yang habían estado desde siempre, allí como el día y la noche, imposibles de separar y de concebirse uno sin el otro. En mi caso la desarmonía entre ambos me había llevado a enfermarme y a obstruir la energía que circulaba por mi cuerpo.
Recuerdo escuchar las historias de Otto acerca del equilibrio y la energía, como quien se relaja y se entrega al sueño acunado por un cuento, mezclando fascinación con racionalidad. Para la medicina china el hombre es parte del cosmos, casi como una pieza diminuta de un engranaje, que necesita equilibrarse para sanar. Casi mágicamente había encontrado las ideas que me faltaban para comprender todo el proceso que estaba colaborando en mi curación. Allí estaba la energía que me rodeaba, la que había recibido de personas tan distintas y tan lejanas, la que viajaba conmigo, la que se movía cuando bailaba en la escuela de yoga al ritmo de los tambores africanos, la que resurgía cada vez que me alejaba para meditar.
En esa época de búsqueda intensa, me encontré con una frase que me conmovió: “La vida del hombre es resultado de la concentración de energía, si la energía se concentra aparece la vida, si la energía se dispersa viene la muerte” .
Así comienza la vida del hombre, en un acto de amor donde se concentra la energía y así se va apagando, simple y sencillamente, cuando la energía comienza a perderse para volver a unirse al universo.
No podía dejar de pensar que todo había estado interrelacionado desde el principio y casualmente allí estaba ahora para que yo lo fuera encontrando a medida que pudiera comprenderlo.

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