Fabiana

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Argentina
"Una historia esperaba para ser escrita, escondida detrás de años enmarañados y desprolijos, donde se fueron tejiendo múltiples fantasmas, que amenazaban a cada instante con golpear la realidad. Una historia esperaba a que una mujer se atreviera a desgajar momentos y a enfrentarse con aquellas cosas que habían, poco a poco, cargado cada instante de significado. Una historia, una mujer, la vida."

viernes, 31 de julio de 2009

Del cáncer a la transformación - Parte XVI - XVII - XVIII

XVI

Había llegado el día de la operación y me sentía realmente tranquila, me había preparado cuidadosamente siguiendo todas las indicaciones y había llegado al hospital muy temprano, cuando comenzaba a amanecer.
En esta ocasión, había decidido utilizar las técnicas que había aprendido para relajarme, las que hasta el momento estaban dando mucho resultado. Había meditado larga y profundamente el día anterior, en varias oportunidades, para mantener el estado de equilibrio y no dejarme apabullar por la ansiedad que me rondaba.
Esa mañana me había bañado y a pesar de los tumultuoso de los últimos días, me había detenido a observar mi mama por última vez, así, con detenimiento, casi como una despedida, tratando de registrar mis emociones como quien absorbe todo lo que sucede a su alrededor. En silencio, agradecí los increíbles que habían sido los días previos, después del año nuevo. Gustavo se había transformado en mi compañero inseparable y habíamos andado prácticamente juntos de la mañana a la noche para luego seguir haciéndolo, de la noche a la mañana. Primero las rutinas de trabajo, recorrer las obras e ir al estudio, luego almorzar en algún lugar tranquilo y más tarde dedicarnos a encontrar algún lugar donde robarle al día un par de horas sólo para nosotros, para dejar la peluca a un costado y dedicarnos al placer de encontrarnos. Se que entonces se encontraba ansioso y que deseaba más que nada en el mundo que yo estuviera tranquila, por eso buscaba llenarme de mimos y ternura. Por mi parte, quería transmitirle mi paz y agradecerle infinitamente lo buen compañero que había demostrado ser.
Había conocido a varias mujeres que no tuvieron la misma suerte, a quienes al dolor y al temor que representa estar enfermas de cáncer, le habían adicionado otro mayor. En algunos casos, la soledad obligada de no tener con quien compartir lo que una va sintiendo, los procesos y las angustias profundas. En otros, los hombres que huían despavoridos, incapaces de sostener siquiera la mínima mirada. Unos cuantos, se encontraban con su mujer y a pesar de acompañarlas en el peregrinar de consultorio en consultorio, no podían dejar de verlas como “enfermas”, sin cabello y con la quimioterapia marcada en el cuerpo. Las he escuchado aceptar el rechazo, el desinterés y la falta de ternura como si fuera la única respuesta posible de sus compañeros. Allí estaba yo, jugando al amor entre sábanas que no eran mías, con un compañero que seguía sosteniendo que mi pelada redonda le parecía sexy, que me encontraba más linda que nunca y que después de dieciséis años era capaz de reconocer las cosas que yo maravillosamente deseaba. En esos días aprendí lo que era el Amor, así, con mayúsculas y negrita.
Esa mañana había preparado todo lo que iba a llevarme, con mucho cuidado. Había guardado prolijamente las cartas, los mails y los dibujos que me habían mandado los chicos, junto a la figura de cerámica que me había prestado Marce, tan sólo hasta que me recuperara. Pero también tenía la Fe prestada de todos los que sí creían con fuerza y habían depositado respetuosamente sus buenos deseos en sus propios santos. Casi como un aprendizaje, había armado en la compu de casa, un collage de imágenes, que quería tener a mi lado antes de ir al quirófano. Había elegido las fotos que más me gustaban de los chicos, de Gus y de mí, de Sara y de mi papá, y también de las chicas, así, las cuatro con cara de salida de mujeres. Había incluido deliberadamente a los novios de Mailén y Victoria, porque ellos también se habían transformado en parte de nuestra familia, habían comenzado a aparecer tímidamente en la cena de nochebuena y se habían mostrado pendientes y preocupados por contener a las chicas de la manera que ellos sólo podían hacerlo.
También tenía conmigo un frasco de agua bendita que Mai me había acercado, de la mamá de Juan que ponía sus rezos a mi disposición y que tan bien se incluía entre los afectos que recibía mi hija por ese entonces.
Casi sin pensarlo estábamos haciendo los trámites de internación, que resultaron muy rápidos y sencillos y habíamos comenzado a caminar hacia el sector de los quirófanos. ¿Pero cómo, no voy a ir primero a una habitación? Preguntaba sin entender. La respuesta era sencilla, el médico ya estaba esperándome y podíamos comenzar con los preparativos para la operación enseguida. Después me asignarían un cuarto. Como explicarle entonces a la empleada diligente y amable, que yo había fantaseado las cosas de otra manera ¿por qué las estaban cambiando? ¿No sabían que yo necesitaba un tiempo, mi propio tiempo, para acostumbrarme y repetir una vez más mis rituales de relajación y meditación, acomodar las fotos que había preparado para mirar antes de operarme, hablar con Gus , tranquilizarlo y mostrarme segura, para luego colocarme el camisolín, quizás hacer alguna broma y dejarme llevar por los pasillos del hospital?
Todo comenzó a suceder vertiginosamente, primero pasar la puerta del sector de quirófanos, entrar a un box y desvestirme, colocar mi ropa en una bolsa de plástico y entregársela a Gus, que en un abrir y cerrar de ojos estaba ahí, parado, con todas mis cosas en una simple bolsa de basura y despedirnos así, sin demasiadas palabras, con un beso cortito y aséptico. De pronto me acordé de Juli y Mai, estaban solos, quería abrazarlos pero no podía hacerlo, quería gritarles que estaba bien y que se quedaran tranquilos. Él, creciendo tan de golpe y demostrando que podía ser un hombre a pesar de sus quince años. Ella tan chiquita, tan vulnerable, tan frágil en sus afectos y tan mujer en el alma y en el cuerpo, pero estaba su papá, el que la vida le había acercado sin proponérselo y sólo por amor. Estaba él, para contenerla y abrazarla y para darse mutuamente, la fuerza y la confianza que necesitaban.
Más allá de lo que la sangre escribe en nuestras células, habíamos construido una familia, paso a paso, aprendiendo a conocer y a aceptar a las personas que habían ido apareciendo en nuestras vidas, descubriéndolas en gestos y comenzando a amarlas como si siempre hubieran estado allí.
La familia que creamos estaba gritando presente de una manera tangible, nos pensábamos, nos cuidábamos, nos queríamos, estábamos disponibles para acompañarnos cuando fuera necesario.
Estábamos repletos de lazos sin nombre, pero increíblemente fuertes, que desdibujaron aquellos otros que no estaban y que en realidad nunca habían estado.
Lo único que tenía a mano entonces, era el frasco de agua bendita, que me había quedado en la cartera. Decidí violar la asepsia echándome encima unas cuantas gotas, antes de despedirme de Gus.
Inmediatamente apareció mi médico, para hablarme y acompañarme en la camilla, mientras me tomaba la mano. Me sentí segura y contenida, y recién entonces me pude relajar. No sólo me entregué a sus manos y a su sabiduría, sino que me dispuse a confiar esta jugada a sus propios movimientos. Los cirujanos son una rara especie, dice generalmente la gente, el mío sin duda, era único, era además una bella persona, que esperó pacientemente a que me quedara dormida, sin dejar de hablarme y tomándome de la mano una vez más.Atrás había quedado Gus con la bolsa, en una imagen que se me antojo difícil.
Afuera, en el bar de la esquina, se iban encontrando poco a poco Vicky y Mai, con Sara, más tarde Juli y Gus respondiendo incesantemente llamados y mensajes de texto, mientras calmaba las angustias de todos.
En todos estos meses había pasado por muchos estados de ánimo diferentes, alguno de los cuales parecían incontenibles para quienes me rodeaban, pero siempre había encontrado un lugar para gritar, llorar, enojarme, mostrarme confundida y hablar de mis fantasías de muerte. No me había sentido aislado con mi mama enferma, era mi mama y mi dolor, pero el compartirlo lo había podido transformar en menos solitario.
Se que Gus había demostrado ser un hombre increíblemente paciente y fuerte, sorprendiéndome una vez más, como tantas veces, pero mis hijos habían demostrado también una capacidad de amor y cuidado que nunca había pensado podía existir así, toda junta y dispuesta para ser entregada.
Todos habían crecido y se habían fortalecido, todos habíamos podido aprender de lo que como familia nos estaba pasando y nos habíamos permitido soltar las cosas que siempre habían estado allí guardadas para alguna vez, cuando fueran necesarias.
Hacia poco había vuelto a releer el libro de Simonton y había subrayado una frase:”La intimidad surge de los sentimientos compartidos. En el momento que comienzan a reprimirse los sentimientos comienza a perderse la intimidad”. Era tan simple como eso y allí estaba yo a mis cuarenta años descubriendo que el hablar claramente y con franqueza nos había devuelto salud a todos.
Cuando volví a abrir los ojos, ya en la sala de recuperación, miré el reloj sobre la pared y a mis lados, no habían pasado muchas horas, apenas tres o cuatro. Había otras camillas y otros pacientes que aún no habían despertado. Las primeras palabras que sentí en mi cabeza fueron “estoy viva” y me sentí profundamente agradecida, con lo que fuera que existe más allá de cada uno de nosotros.
Así, sin ponerle un nombre a la energía que había movido mis motores y me había puesto en marcha, simplemente sonreí, mientras levantaba la sábana para observar mi propio cuerpo.


XVII

Todo era extraño, mi cuerpo había cambiado notablemente. Una de mis mamas había desaparecido detrás de una pequeña cicatriz que parecía un bolsillo sobre el lado izquierdo, apenas ardía, casi no molestaba, a excepción de los drenajes que tenía colocados. Eran dos y asomaban por debajo de mi axila y en mi pecho, dejando escapar un líquido sanguinolento, que resultaba bastante impresionante.
Mi brazo izquierdo estaba allí inmóvil, esperando que las órdenes que le enviaba desde mi cerebro se pusieran en marcha, pero todo resultaba imposible, colgaba a un lado semi flexionado y medio adormecido, haciendo bastante difícil las cosas más sencillas. Hasta entonces no había tomado conciencia de lo complicado que hubiera sido que se tratara del otro brazo y la otra mama, me hubiera sentido muchísimo más torpe e incapaz de hacer cualquier cosa.
Casi de inmediato me enviaron a casa para seguir en reposo, previo haberme llenado de recomendaciones acerca de todo lo que no debía hacer con mi brazo izquierdo, y de cómo debía cuidarlo. Claramente no podía hacer nada, no comprendía de qué cuidados me hablaban ya que pensaba que iba a estar así para siempre. Claudia me había contado quede a poco iba a ir recuperando los movimientos, que eran importantes los ejercicios y me había mostrado como era ella misma, capaz de levantar el brazo operado en dirección al cielo.
Estar en casa era sencillo, bastante reposo, en la cama o en un sillón, manteniendo un almohadón debajo del brazo y pasando las horas entre la televisión y las lecturas de algún libro. Sin embargo, me había encontrado con la dificultad de la vestimenta, cada una de las veces que tenía que ir al control al hospital.
Primero se trataba de buscar alguna prenda que me permitiera estar cómoda y principalmente , que pudiera ponerme sin mover el brazo, luego, mirarme al espejo para buscar la manera de acomodar los drenajes con algún pañuelo en la cintura y por último comenzar a rellenar el corpiño con medias o algodón, para sentirme más cómoda con la imagen en el espejo.
No se trataba entonces de la pérdida de la mama, que había aceptado con bastante naturalidad, sino de las incomodidades que esto me había traído aparejado. No pasó demasiado tiempo para que me diera cuenta que nada de lo que había en mi placard me resultaba inútil, todo era muy escotado, muy ceñido al cuerpo, muy sexy. Mi imagen ahora se estaba acomodando a lo que encontraba en el espejo, muy gradualmente, explorándose de a poco y con paciencia.
Una mañana, cuando ya me habían retirado los drenajes, después de veinte días, decidí que no quería seguir viéndome con remeras gigantes, que se me antojaban de hombre, y las que iba sacando una a una, de la pila de Gus en el placard.
Mi brazo apenas se levantaba, separándose del cuerpo, para después volver a caer. Rellené entonces mi corpiño una vez más y salí a caminar por caballito, buscando en las vidrieras algo que pudiera serme útil. Con bastante dificultad me encerraba en los probadores para probarme ropa, y sin pedir ayuda, comenzaba a separar remeras y camisas para llevarme.
Había decidido que esa era mi nueva imagen y estaba decidida a amigarme con ella, para reconocerme en el espejo cada vez que me mirara.
Ese mismo día me propuse buscar en Internet algún lugar donde vendieran soutiens para mujeres mastectomizadas , que no fueran espantosamente feos y antiestéticos. Quería algo más que un corpiño con una prótesis. El sentirme mujer no dependía de mi mama, pero sí dependía de mi aspecto general, quería verme femenina y gustarme, para después gustarle al mundo.
Hace un tiempo había concebido la idea de que mis pensamientos representaban un común denominador y que por lo tanto, si a mi se me había planteado esta diyuntiva respecto de la elección de un soutien, era muy probable que esto mismo le hubiera ocurrido a muchas otras mujeres, que no se resignaban a lo que se ofrecía en las casas de prótesis ortopédicas.
Nuevamente, me sumergí en Internet, que por entonces había adoptado como una aliada maravillosa, para encontrarme que efectivamente existían algunas, muy pocas realmente, casas dedicadas a la corsetería femenina, que contemplaban la necesidad de la mujer de sentirse femenina.
Allí me encontré con encajes, colores, bordados y todo tipo de detalles posibles, hacían soutiens y trajes de baño adaptados a cada necesidad. Elegí algunos que me resultaron atractivos y acepté los consejos respecto de los breteles y las tasas, con la certeza de quien conoce su trabajo.
A los pocos días tenía una pila de nuevas remeras, corpiños y camisolas, y una lista infinita de ejercicios para poner en práctica, varias veces por día.
Yo no podía dejar de ser la buena alumna que siempre había sido, de tal modo que me ponía en marcha con los movimientos, en cualquier situación. A veces mirando la tele, otras mientras estaba en el baño, en el auto o escribiendo en la computadora. Mi brazo se movía en círculos sobre la mesa a una lentitud que parecía eterna y era francamente agotador intentar levantarlo apenas unos centímetros.
Sin embargo, lo fui logrando como todas las cosas que fui aprendiendo en la vida, con mucha paciencia y dedicación, como cuando leí el primer cuento de Borges y me pareció ininteligible, así, de a poco y ,casi obsesivamente , queriendo aprehenderlo para mí.
Mi brazo retomó su movimiento y gran parte de la sensibilidad perdida, mi imagen se acomodó en el espejo y en mi cabeza y una vez más había decidido no dejarme caer en la lástima sobre mi misma.
Todo lo que me estaba sucediendo en ese momento se me presentaba como un abanico de opciones, aún cuando estas parecían reducirse a la mínima expresión, siempre habían existido. Allí estaba la opción de compadecerme de mi suerte, limitarme a la pérdida y a las remeras gigantes de mi esposo o el proponerme elegir lo que realmente me hacía feliz.
Había aprendido a preguntarme una y otra vez : “¿Cuáles son las consecuencias de escoger este camino? ¿Traerá esta decisión que estoy tomando felicidad para mí y para quienes me rodean?# . Increíblemente al hacerme estas preguntas, las respuestas aparecían por sí solas, por sobre las demás opciones posibles, a través del registro de las sensaciones en mi cuerpo.
Generalmente uno atraviesa cada una de las opciones que se le presentan por el tamiz de la conveniencia y la racionalidad, pero es el cuerpo el que en definitiva va a marcarnos cuál de todas es la adecuada. Allí están los mensajes de placer y displacer, para que los escuchemos, las tensiones acumuladas en los hombros, los dolores de cabeza, el tedio y el bienestar sutil que se asoma en nuestros poros cuando algo nos llena el alma.
Mis opciones habían estado allí desde el principio y muchas veces, las elecciones que había realizado , me habían llenado de obligaciones y malestares .En muchos otros, yo ni siquiera había elegido mis propias respuestas.
Sin embargo, estaba dispuesta a aprender y a interpretar las cosas que me sucedían , escuchando mis propias emociones y a transformarlas poco a poco, para así, transformar la realidad.
Se que esto resulta difícil de comprender y hasta produce una sensación de incomodidad, ¿cómo dejar de ser personas racionales, que deciden en función de las conveniencias e intereses? Este ha sido mi desafío desde entonces y siempre que he tenido que elegir y decidir, me he propuesto tenerlo muy presente.
Casi como si se tratara de la primera vez, me encuentro mirando mis opciones frente a frente y eligiendo solo aquello que imagino me hará sentir bien.
Casualmente, me he sentido muy feliz al hacerlo y tengo la certeza de que han sido las correctas.

XVIII

Los pasos siguientes en el tratamiento habían estado muy claros desde el comienzo, luego de la operación era necesario realizar dos ciclos más de quimioterapia . Había transcurrido más de un mes desde entonces y la movilidad del brazo era muy buena, los análisis revelaban un cuadro clínico inmejorable y sin dudas, los cambios en la alimentación habían rendido sus frutos.
Desde el inicio, Otto me había tratado de convencer de los beneficios de la dieta macrobiótica, la cual me resultaba francamente difícil de poner en práctica. No podía resignar los litros de café que me devoraba a diario, pero había comenzado a equilibrar la ingesta de algunos alimentos, incorporando cereales y legumbres a cada comida y reemplazando la carne y el pollo por otros nutrientes. En ese entonces sostenía lo complicado de llevar a cabo una dieta totalmente macrobiótica , en principio por el aspecto social, que me remitía a transformarme en un bicho raro que buscaba en los menúes algo que pudiera comer y se tratara de productos naturales , “sin prana negativa“, como sostiene mi amiga Bettina. Luego de la operación, dejé automáticamente , de comer “cosas con ojos”, frente a las risas de quienes me rodeaban y la perplejidad de quienes conocen mi devoción por los dulces y chocolates . Curiosamente , me sentí mucho mejor.
Casi sin quererlo, Bettina comenzó a aparecer en mi vida como un guía espiritual , mientras se encontraba realizando su propia búsqueda interior, con mucho dolor y mucho crecimiento. Siempre había estado presente, desde el principio, siempre habíamos hablado y manteníamos una suerte de empatía sobre algunas cuestiones que nos resultaban muy básicas. Sin proponérnoslo, habíamos llegado a construir una especie de comunión muy fuerte de emociones, ideas y pensamientos. Ocasionalmente, habíamos intercambiado libros, pero claramente, ella aparecía ante mí con muchos mensajes que yo recién ahora podía comenzar a interpretar.
En su propia búsqueda interior, se había acercado a una Fundación denominada “El arte de vivir”, y era asidua concurrente de los miércoles para respirar , en los cuales se reunían unas cuantas personas para poner en práctica las nociones más elementales, sobre como respirar de una manera más completa, logrando una oxigenación profunda de todo el organismo. Cada una de las cosas que ella aprendía venían a mí como una respuesta a algo que estaba necesitando, con un halo de “ extraña casualidad” rondando alrededor.
Uno de los primeros libros que me acerca es “El secreto”, de Rhonda Byrne, que se transformó en un compañero inseparable de mis ratos de ocio, por entonces bastantes frecuentes.
Cuando comencé a leerlo , sencillamente me fasciné por lo que estaba encerrado entre sus páginas y me lo devoré de manera casi instantánea, tratando de poner en práctica algunas cuestiones que , mi mente racional y escéptica, me marcaban como imposibles de lograr. Sin embargo, no eran tales , y la famosa “Ley de atracción”, comenzó a fluir , como si nada pudiera detenerla.
Según esta ley, somos plenamente capaces de lograr aquellas cosas que nos proponemos desde lo más profundo de nuestro ser, ya que al formularlas como deseo estamos poniendo en marcha un complejo engranaje de sutiles movimientos que nos llevan hacia aquello que nos proponemos.
A lo largo de nuestra historia, habíamos vivido con Gus, infinidad de situaciones que nos habían demostrado que la Ley de atracción es tan real y tangible como cada una de las cosas que nos rodeaban. Habíamos logrado superar obstáculos prácticamente insalvables, habíamos conseguido cosas que resultaban imposibles y algunas soluciones habían aparecido como por arte de magia en nuestro camino. Sin lugar a dudas, el estar convencidos de lograr un objetivo, y de que el mismo es posible y real, había determinado que no bajáramos los brazos ni detuviéramos la rueda que el universo había comenzado a girar para satisfacernos.
He conocido gente que ha tratado de formularse sistemáticamente el deseo, aquello que desea lograr, sin éxito, pero también los he visto moverse como si conseguirlo fuera francamente imposible.
Yo comencé a formularme cada mañana mis propósitos diarios, pequeños, acotados y concretos, casi absolutamente accesibles. Al final del día los revisaba y descubría absorta que todos ellos se habían cumplido, casi naturalmente.
En ese formular cotidiano, había logrado interpretar que debía formularlos no desde la carencia sino como si los mismos estuvieran cumplidos. Pero también , había aprendido a agradecer en silencio todas cada una de las cosas buenas que me sucedían a diario.
Alguna vez había escuchado “no te vayas a dormir, sin aprender algo nuevo” y lo había interpretado como la importancia de acumular algún dato nuevo, de realizar un descubrimiento, de interpretar las cosas que nos rodeaban y sacar una conclusión profunda e ingeniosa. Sin embargo, todo me estaba pareciendo más simple, la lección era sencilla, irse a la cama y revisar mentalmente lo que uno había dado al mundo y lo que había recibido de él.
¿Cuántas veces , después de un agotador día, en el cual corrimos sin parar por cumplir con nuestras obligaciones y dejar satisfechos a quienes nos rodean, nos detuvimos a pensar en ese día? Francamente, siempre había sido para mí una tarea difícil y cuando me detenía a pensar sobre las cosas que me habían sucedido, encontraba la manera más sencilla de resolverlas, que era la de encontrar culpables para lo que yo misma no había podido lograr , en el mejor de los casos , o castigarme por las que sentenciaba eran mis propias culpas, lo que no había hecho, lo que no había logrado, lo que no había resultado. Allí estaba una y otra vez mi autoexigencia presente, la misma que ahora empezaba a diluirse, como por arte de magia.
Cuando comencé a realizar este ejercicio, me encontré en múltiples situaciones , donde había podido resolver cuestiones que se me antojaban muy difíciles, pero también me descubrí en el sinnúmero de cosas que podía agradecer de mi día.
Mis deseos eran sencillos y muy básicos, quería estar curada, pero no podía formularlo desde la ausencia de salud, por lo tanto lo hacía desde la presencia de movimiento y energía. Me repetía una y otra vez que deseaba sentirme sana, ágil y dinámica, que el estudio que debía realizar , sería rápido y sencillo, y así con cada una de las cosas que debía enfrentar.
Sin lugar a dudas, luego de formularlos, me ponía en marcha y no me detenía a quejarme de mi mala suerte, mientras encendía el televisor. Al finaL del día, allí estaban para sencillamente agradecerlos.

2 comentarios:

Carmen dijo...

Fabi: la vida no puede menos que aliarse con vos porque le has encontrado su razón de ser. Como siempre, me maravillan tu tenacidad y la calidez de tus textos. Un abrazo muy, muy fuerte.

Anónimo dijo...

fabi.
la verdad es que no lo lei completo como realmente quisiera. Lo voy a hacer.
solo me queda una sola cosa por decirte PERDON POR NO HABER ESTADO. Negacion absoluta.
Te quiero
Mariela