Fabiana

Mi foto
Argentina
"Una historia esperaba para ser escrita, escondida detrás de años enmarañados y desprolijos, donde se fueron tejiendo múltiples fantasmas, que amenazaban a cada instante con golpear la realidad. Una historia esperaba a que una mujer se atreviera a desgajar momentos y a enfrentarse con aquellas cosas que habían, poco a poco, cargado cada instante de significado. Una historia, una mujer, la vida."

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Amo la Vida - Conclusiones -

Hace bastante tiempo , cuando escribir era apenas un incipiente proyecto, me preguntaron dónde iba a escribir la palabra “Fin” en esta historia, y hasta hoy no pude encontrar una respuesta, porque creo sinceramente en que no hay un final en este proceso, tan sólo preguntas que se abren interminablemente, como alguna vez me escuché decir en terapia: “cada vez que logro ver algo con un poco más de claridad, hay algo más allá que apenas se asoma para mostrarme que todavía mis aprendizajes continúan“.
Elegí contar esta historia, porque es la mía, y porque necesitaba poner en palabras mis propios sentimientos para poder comprenderlos y transformarlos. Es también la historia de un proceso de cambio que transformó mi vida desde la desolación y confusión más avasallantes que haya sentido hasta la plenitud y la felicidad de muchos de los momentos actuales que me ha tocado atravesar.
“Amo la Vida” cuenta la historia de los millones de aprendizajes que emprendí en esta última etapa, en la que me atreví a encontrarme con aquellos aspectos de mi misma que me estaban enfermando, las famosas mochilas que cargaba diariamente, las culpas que yo misma me inventaba para justificar mis propios errores y frustraciones, las ausencias que signaron muchos de los momentos y las cosas que siempre estuvieron allí, sin que me atreviera siquiera a mirarlas.
Es la historia de una curación bastante más profunda que la de las células enfermas que habitaron mi mama, quizás el síntoma que me enfrentó a mis propias ganas de vivir y de sanar internamente. Sigo creyendo que no se trata de una batalla agotadora e interminable en la que hay vencedores y vencidos, sinceramente, porque he tratado de vivirla como un encuentro con mis propias células, que se transformaron poco a poco en el vehículo que mi cuerpo encontró para transmitirme que debía pensar un poco más en mí.
En este ir y venir lleno de palabras y reflexiones sumé fuerzas y energías, me entregué a la medicina convencional e inicié una búsqueda interna, para tratar de conocerme a fondo. Tuve muchos vaivenes y me sumergí en ellos, con la seguridad que iba a salir adelante cuando pudiera comprender lo que me sucedía. Sentí miedo, lloré , me enojé y grité asustada en muchas ocasiones, pero en otras me encontré serena y segura como nunca había estado en mi vida , me dejé sostener y sostuve, me abrí a todo lo que pudiera recibir y dejé partir todo aquello que me hacía daño o vibraba en otra frecuencia.
Como cada una de las personas que me rodean y que se encuentran leyendo ahora estas palabras, desconozco cuánto tiempo voy a transitar esta camino que me ha tocado vivir, ni con quien voy a hacerlo, por eso me sumerjo en todo el amor que recibo con la fuerza y el deseo irrefrenable de aquello que puede no estar mañana, porque puede suceder que cada uno de nosotros elija otro camino o tan sólo transitarlo junto a otras personas, o quizás simplemente se trate de que la vida comienza a escurrirse , tal cuál comenzó, para transformarse en otra cosa y renacer con nuevas fuerzas en algún mágico lugar del cual no tenemos aún referencias.
Esta ha sido mi extensa carta de agradecimiento a todos quienes me han acompañado en el transcurso de este proceso maravilloso que me ha permitido crecer hasta convertirme en quien soy, tan sólo una persona que sigue buscando.


Gracias sinceras y profundas a un increíble médico, que la vida puso en mi camino, un ser brillante por donde se lo mire y contenedor como pocos, capaz de decir las verdades más dolorosas y sostener la mano de quien las recibe, que ha dispuesto desde el comienzo de todos sus saberes para sacar adelante a este “torito”, como le gusta llamarme, y que ha jugado esta partida de ajedrez sin resignarse a “pedir tablas”.
Gracias también a mis incondicionales compañeras de escuela, a Marce, y su mágica muñeca de cerámica, a Bettina y las cosas que acercó a mi vida de una manera “casual” y a Maby, por su presencia constante y sostenida en cada momento, por las múltiples risas que inventaron tan sólo para verme sonreír, por los encuentros y los cafés interminables, por las tardes de sol en la plaza, por las llamadas permanentes, por la compañía de cada día y por demostrarme que “de esto salimos juntas” y con más fuerza que antes.
Gracias a “mis contactos”, que me acercaron millones de recetas mágicas y pócimas milagrosas, que pusieron su energía a disposición y que acompañaron infatigablemente todos mis procesos, a cada uno de ellos, mis gracias interminables, a Caro y sus ingeniosos mails llenos de anécdotas que alegraban mis días, a Ale y Jorge con sus constelaciones, a Ángela y Roberto con sus plegarias, a Angie con la fuerza de quien comienza en la docencia, a Ariana y sus esfuerzos por traer el libro de Simonton a mis manos, a Patricia, que me enseñó el valor de la unción a los enfermos, a Lorena y su energía contagiosa, á los montones de papás de alumnos que se interesaron, me escribieron y me hicieron llegar las palabras mas hermosas cuando más las necesitaba, a los que me regalaron dibujos increíblemente bellos para que me acompañaran, a Clara y sus mágicas enseñanzas sobre la Ley de atracción, a Marcela B. y su afecto incondicional de siempre, a Vivi y la magia de sus manos puesta al servicio de la creación más hermosa. Gracias a Elena, por acercarme siempre tus palabras bellas y sentidas.
Gracias a quienes reencontré en este camino como si fueran un oasis, donde refugiarme, a mis tíos Betty y Cacho, que me devolvieron el sentido de familia que hacia tiempo había perdido en algún rincón , Gracias por los mimos cuando no podía con mis dolores, por haber encontrado una mirada al despertarme en una cama ajena de hospital. Gracias a mis primos Vero, Dani y Adrián, que se acercaron para que volviéramos a encontrarnos.
Gracias a quienes estuvieron preguntando, sosteniendo, ayudando y acompañando a mi familia, a los compañeros de Gus de trabajo, a Ariel por el dibujo maravilloso del pac-man que me acompañó tantas veces.
Gracias también a Osvaldo , Jorge, Sole y Ele por haber resistido las locuras y las ausencias de quien debía sostenerme, dejando todo para estar a mi lado.
Gracias a cada una de las personas que gritaron presente, a cada instante y que llevaban la cuenta de cada uno de los instantes de este proceso, y a quienes nombrar sería muy extenso y difícil, a Alicia, Nora, Cecilia y José Luis, en representación de todos ellos.
Gracias a todos los seres que conocí y de los que aprendí algunas cosas maravillosas, de quienes sólo sé algunos datos.
Gracias a Claudia que se cruzó en mi camino para enseñarme algunas cosas que no sabía y que tuvo el valor de hablar de sus propios miedos, pero que hoy no puede leer estas palabras, pero quizás desde algún lugar sepa que dejó algo en mí.
Gracias a mis compañeras de rayos y quimioterapias con quienes reímos, lloramos, charlamos y atravesamos juntas las cosas que navegaban en nuestro interior.
Gracias a los ángeles que la vida cruzó en mi camino, a Cora y Sofía , por haber sido una fuente inagotable de energía permanente, por la paz con que me abrazaron cada día, por las enseñanzas y los lindos momentos que pasamos juntas.
Gracias a Otto por haberse transformado en mi maestro en tantas cosas nuevas que ni siquiera intuía. Gracias Hugo, por las enseñanzas que lográs transmitir en tu escuela.
Gracias también a Silvia y a Andrés, por haber estado desde el comienzo en disponibilidad absoluta y por todo el amor constante que me prodigaron desde siempre. Gracias Silvia por haberme regalado la frase “ empezaste a curarte cuando recibiste el diagnóstico” . Gracias Andrés por lo que dijiste a mi oído cuando Chari cumplió años , con la seguridad de quien sabe cómo estoy sintiendo este momento. Gracias a mi sobrina hermosa, por su dulzura permanente, por haberme ido a visitar cuando apenas podía mirarme, por haberme permitido compartir sus nervios y sus ansías en la preparación del cumple, simplemente por haber estado.
Gracias especiales a Sari, mi increíble suegra, mi maravillosa compañera de quimioterapia, que se bancó estoicamente estar a mi lado cada una de las aplicaciones , tan sólo para mimarme a más no poder y transformar juntas esos ratos tan extensos. Gracias , por haberte transformado en la crítica número uno de cada una de mis palabras puestas en papel.
Gracias a todos los que estuvieron allí para ayudar, dar una mano, acompañar a mis hijos y mi familia, cuando más lo necesitaban, por brindarles espacios para soltar sus propias angustias. A Norma, del hospital, que me maravilló siempre con sus palabras y su sabia presencia. A Olga que sostuvo mi hogar para que siguiera funcionando, como si fuera propio, que sostuvo mi mano y rezó varias noches mientras yo sólo dormía. A Juan y su mamá por estar allí para Mai, por asomar la sonrisa en la sala del hospital, cuando no entendía donde estaba.
Gracias infinitas a Dani y a Patricia , que no sólo son amigos de esos del alma, sino también unos médicos increíbles que se arremangaron con nosotros para responder los millones de preguntas y acompañarnos a cada paso.
Gracias a mi terapeuta, por su entrega y comprensión, por haberme acompañado en este camino de búsqueda, por algunas extensas sesiones, cuando eran necesario, por las visitas al hospital y por las intervenciones certeras con que guiaste mi camino.
Por último, quedan mis gracias especiales a los seres más increíbles que me trajo la vida, a Julián , a Vic y a Mailén, que demostraron ser seres bellos , increíblemente sanos y buenas personas, que me cuidaron y abrazaron a más no poder, que decidieron decir presente y crecer de golpe cuando más los necesité, que me regalaron el amor más perfecto, el que nace desde el alma , el más sincero, el que se ríe de nuestros defectos y nuestros aciertos, el que inventa las millones de maneras de arrancarnos una sonrisa.
Gracias Mai por haberme dicho que te gustaba que sea tu mamá, cuando más me hacía falta escucharlo. Gracias Juli por haberme dado la seguridad de que todo iba a salir bien, cuando sentía que no podía acompañarte como deseaba. Gracias Vic, porque la vida nos cruzó de una manera casual y sin lazos de sangre que nos unieran, pero pudiste regalarme tus sueños y hacerlos míos, porque pudiste proyectar a partir del dolor, porque estuviste ahí, como si hubieras sido parte de mi vida desde el comienzo. A todos ustedes, simplemente gracias porque sentí muchas veces que la vida me había regalado mucho amor al conocerlos y descubrir los millones de cosas que nos acercan.
Gracias Gus, mi amor, por haber permanecido a mi lado cuando ni yo misma era capaz de tolerarme, por haberme llenado de amor y de placer cuando no podía encontrar la salida y sin embargo me acompañaste pacientemente a dar cada paso juntos, despacio, respetando mis tiempos, porque me demostraste que aquello que nos unió sigue con tanta fuerza latiendo, que se transforma en indestructible, porque has sido mi fuerza y mi sostén, en toda esta búsqueda, porque alentaste todo aquello que emprendía y deseaste siempre, de la manera más sincera , que fuera feliz, sea cuál fuera la forma que yo encontrara para lograrlo. Gracias también por haberme demostrado que todo puede comenzar infinitas veces, tan sólo hace falta el valor de intentarlo y seguir soñando juntos.

Sinceramente , GRACIAS

Amo la Vida - Del cáncer a la transformación - (Parte XXIII)

XXIII


Durante los meses siguientes mi corazón de recuperó para realizar la última aplicación de quimio, continué realizando las comprobaciones a la Ley de Atracción , cada vez que me resultaba posible, intentaba con pequeños objetivos , concretos, cercanos y a veces me animaba a jugar con algunos un poco más lejanos. Los espacios diarios de meditación se habían transformado en un tiempo propio, donde todo desaparecía para que yo pudiera encontrarme con las cosas que fluían dentro mío. En ocasiones sólo llegaba a relajarme, en otras, entraba inmediatamente en un estado profundo de meditación, donde todo se transformaba en paz y quietud.
En esos mágicos momentos aparecían aquellas cosas que uno llama emociones y que tanto cuesta nombrar, porque resulta difícil mirarlas de frente y recorrerlas por completo hasta saber con bastante certeza de que se trata. A veces vivimos poniendo nombres equivocados, llenándonos de palabras para describir lo que en realidad aún no conocemos, pero cuando uno logra aquietar la mente, dejar de que los pensamientos y los deberes inventados fluyan unos tras otros y desaparezcan, aparece la quietud, y junto a ella surgen de a poco todas aquellas cosas de las cuales nos escondemos a diario. Si hay angustia, si hay tristeza, si hay placer, si sentimos plenitud o cualquiera de las emociones que nos invaden cotidianamente, de manera natural nos sumergimos en ellas como en un río y nos dejamos llevar por la corriente, es ahí, cuando dejan de ser necesarias las palabras para denominarlas.
En muchas oportunidades esto resultaba tan sencillo como necesario, cuando descubría que algo me estaba alterando y no sabía bien por qué , buscaba el momento para relajarme y meditar todo el tiempo que pudiera o necesitara. A veces estos momentos me servían para realizar afirmaciones sobre aquello que deseaba lograr y para plantear nuevas metas , algunas de las cuales me parecían tan lejanas e inaccesibles que me resultaban parte de un juego. Sin embargo, poco a poco fui entendiendo que estas visualizaciones eran para mi curación, fundamentales.
Cuando uno se plantea una meta a largo plazo, y se imagina haciendo aquello que desea, a veces logrando algún objetivo imposible o tan solo disfrutando de algo que ansía del futuro, está poniendo en marcha una serie de acciones imperceptibles que llevan a esa meta.
En este período me han sucedido cosas asombrosas e increíblemente imposibles de transmitir, tales como imaginar las palabras exactas que me diría alguna persona, recorrer lugares que aún no se encontraban construidos y soñar con seres que aún no conocía y que mágicamente fueron apareciendo en mi vida.
Establecer un corte con la enfermedad fue parte de un proceso muy costoso emocionalmente, dejar atrás los beneficios que el estar enferma traía a mi vida y encontrar otras maneras de obtenerlos, era en si mismo un aprendizaje que debía atravesar. Mantener espacios, tiempos , rutinas, placeres, nuevos hábitos, encuentros y logros, eran mi desafío. Podía plantearme nuevas preguntas y moverme en búsqueda de las respuestas, aunque no estuviera segura de cuales serían las que hallaría en mi camino.
Poco a poco fueron llegando los controles para despejar algunas dudas, algunos resultaron maravillosamente bien y otros, mostraron incipientemente algunas células que no deberían estar en el lugar que estaban, quizás como restos de la mastectomía, , quizás para recordarme que los aprendizajes deben continuar, o simplemente porque era el momento en que mi piel se había recuperado lo suficiente para recibir los rayos que hacía unos meses decidieron no darme.
Entonces elegí una vez más, entre mis muchas opciones, pensar que la piel de la mama se había tomado un tiempo para reconstituirse, fortalecerse y seguir adelante. Los rayos podían ser perjudiciales, pero yo tenía la certeza de que eran una bendición para cada una de mis células enfermas, esas que aún se resistían a abandonar mi mama.
Por ese entonces habíamos planificado un viaje muy esperado a París, me había reintegrado a mi trabajo en la escuela , había comenzado a escribir un blog contando mi experiencia con el cáncer de mama y seguíamos soñando con el proyecto de la nueva casa, cada vez mas avanzado. Me encontraba más activa que nunca, todas las mañanas me mantenía placenteramente ocupada en darle a mi cuerpo el tiempo que hacía rato le había negado, llenándolo de clases de pilates, yoga y natación.
Comencé a realizar las sesiones de rayos, de una manera natural, solicitando un horario a la salida de la escuela y tratando de comprender las cosas que pasaban a mi alrededor. Hacía muchos años había recibido rayos en la mama, cuando tuve cáncer por primera vez. En esa ocasión me resultaba muy violento y angustiante ver a otros enfermos recibiendo radiación y me preguntaba constantemente cuándo iba a terminar con las aplicaciones, mientras pedía horarios extravagantes para asistir a mis sesiones y no cruzarme con demasiados enfermos mientras esperaba.
Esta vez era distinto, ansiaba los encuentros, deseaba hablar con otros y compartir la experiencia, tenía la firme necesidad de transformar estos momentos y contagiar la energía que sentía, pero fundamentalmente de dar y recibir .
El primer día de la aplicación esperaba sentada en la sala y al levantar la vista me encuentro con unos ojos hermosísimos y muy bien delineados, que hacía algún tiempo habían estado enmarcados por una cabellera ahora inexistente. Inmediatamente comencé a preguntarme de dónde nos conocíamos, ya que esa mirada me resultaba sumamente familiar. Al poco tiempo , me doy cuenta de que esa mujer que estaba frente mío, con bastante temor y un sinnúmero de dudas dibujadas en el rostro, aferrándose a la mano de su marido, había sido quien hacía unos meses me había cedido un lugar para ver a la oncóloga, entonces yo no tenía turno y necesitaba hacerle una consulta. En ese momento habíamos cruzado unas pocas palabras, ella estaba por comenzar las aplicaciones de quimioterapia y conversamos sobre eso. Al reconocerla, me acerqué, la saludé y le dije al oído que estaba preciosa, que se la veía muy bien sin su cabello y que me alegraba que tuviera tantas ganas de arreglarse. Sus ojos brillaron , comenzamos a hablar y a vernos en los días subsiguientes, hasta incorporar a otras mujeres en las charlas. Compartíamos recetas que seguramente nunca pondríamos en práctica, nos escuchábamos hablar de nuestras historias y nos divertíamos con anécdotas de nuestras rutinas. Poco a poco logramos transformar esa sala de espera en un encuentro de amigos, nos alegramos de los logros de cada una y los aplaudíamos como si se tratara de cumpleaños cotidianos, pero fundamentalmente nos abrimos a compartir, a ese increíble dar y recibir que yo tanto deseaba. Allí corroboré que a cada uno de esos seres podía darles algo que yo había construido y que ellos necesitaban, cosas únicas que estaban allí esperando pasar de unos a otros. Pero asimismo, me abrí a recibir cada una de las cosas que estaban allí para que yo las tomara y las hiciera mías. Fueron intensas lecciones de vida que cada día me conmovieron por su fuerza y su valor, así como con el empuje con el que habían decidido enfrentar el cáncer.
Nuestro viaje a París se había postergado, probablemente porque no era el tiempo de llevarlo a cabo, porque finalmente , cada cosa tiene “su” momento y uno debe aprender a esperar que estos surjan sin forzarlos . Sin embargo continué diariamente visualizándonos de la mano , caminando a orillas del Sena, recorriendo los jardines de los palacios e imaginando las obras de arte que miraría hasta el cansancio .
Durante las sesiones de rayos, que se extendieron por el lapso de poco mas de un mes, conocí gente increíble. De manera simultánea había mantenido la rutina de escribir en el blog , en el cual había decidido contar mis vivencias personales, con la esperanza de que detrás de alguna pantalla hubiera quienes pudieran interesarse en conocerla. Por ese entonces, tomé real conciencia de lo increíble del Cyber espacio, de lo que maravillosamente se ve transformada la comunicación humana a partir de estos intercambios. He recibido mensajes de distintas personas, algunas atravesando la misma situación, otras, recorriéndola junto a un ser querido y buscando alguna forma de ayuda, pero en algunos casos, con seres conmovidos y sensibles que siguieron cada uno de los comentarios que yo realizaba, respondiendo con mensajes de apoyo y aliento.
En ocasiones no podía creer el alcance que había logrado con mi historia, que en primer lugar había resultado de fundamental ayuda para mi propio proceso curativo, y ese era mi primer objetivo, pero también había logrado llegar a otros, traspasar mis propias fronteras tan sólo para entregarle lo que yo había construido y quizás ellos podrían tomarlo para cambiar algo de sus vidas. Ese feedback que se generó me resultó increíble, porque fue tomando una fuerza arrolladora, que traspasó las distancias reales para lograr que cada mail y sus respuestas fueran como una charla de café entre amigos de siempre.
Estos espacios donde las historias se comparten surgen naturalmente, porque hay seres que necesitan de ellos, no para hablar de sus enfermedades y patologías, sino para compartir con otros los temores, las angustias, las cosas que el cáncer genera y que van más allá de las células mutadas y las metástasis. Son esas cosas que quienes no atraviesan la situación, no llegan a comprender totalmente , porque la muerte da mucho miedo y la angustia de que todo puede terminarse de repente , no nos permite usar palabras para nombrarla. Por eso nos protegemos y no hablaos de cáncer, sino de “la enfermedad”, por eso hacemos de cuenta que los temores no existen y que en realidad no hace falta hablar de muerte, porque “eso” nunca va a pasar, por eso somos vulnerables y preferimos mirar hacia otro lado, para no encontrarnos con aquello que marca la finitud humana como algo tangible.
Sin embargo, quienes atravesamos el cáncer, necesitamos hablar de que tenemos miedo de morirnos, con seres que nos escuchen y no intenten ser condescendientes o lo nieguen como una posibilidad. A veces sólo necesitamos dejar de ser enfermos por un rato para recuperar la vida que veníamos llevando, donde nadie pregunte por el último control o por los avances en el tratamiento y que se atrevan a preguntarnos por nuestros proyectos y nuestros sueños.
Pero esto también abarca a nuestras familias que pacientemente acompañan todo el proceso, que contienen, que aprietan fuerte la mano cuando no podemos sostenernos, que acarician cuando deseamos un mimo, que escuchan una y mil veces lo que llevamos dentro y que han estado incondicionalmente a cada paso, para hacernos sentir un poco menos solos en el dolor de estar enfermos. Todos los que nos rodean también necesitan un espacio para largar sus propias angustias y dejar la mochila de lado de vez en cuando, permitiéndose seguir la vida , con cada una de las maravillas que esta trae.
En estos encuentros , también aparecen todas la cosas no resueltas, los reclamos, las ausencias, las cuentas por saldar, las que buscan un espacio para encontrarse y salir a la luz.
Considero que hay quienes rehúyen de estos encuentros, como si escuchar las historias de otros, los hagan sentirse más enfermos de lo que pudieren estar, pero todo es respetable, todos tenemos nuestros propios tiempos para hacernos cargo y nuestros propios recursos para salir adelante.
Una tarde en la sala de espera, se me acerca una mujer y me pregunta por mi nombre “¿vos sos Fabiana?”,e inmediatamente se presenta y comenzamos a hablar. Gloria me había conocido por el blog, ella estaba acompañando a su marido en tratamiento y habíamos coincidido casualmente en el horario de la aplicación. Algo en mi discurso la había remitido a mis palabras en el blog y había permitido que nos encontráramos. Pasamos un buen rato conversando cada uno de los días que nos encontramos en la sala de espera, y esos encuentros casuales me llenaron de amor y energía, con toda la fuerza de una mujer que recorría casi a diario una distancia increíble para acompañar a su esposo , mientras ponía toda su garra para sostener su hogar, trabajar y cuidar de su pequeño hijo.
Llegó el día en que escuché a mi médico repetir la frase que había imaginado, exactamente igual que en mis visualizaciones “te doy vacaciones”, mientras me tomaba de la mano una vez más y me abrazaba con la certeza de quien puede relajarse un rato , luego de una intensa y difícil partida de ajedrez, como nos ha gustado llamar a cada uno de los pasos que hemos ido dando en este tratamiento.
También llegó el día en que subí uno a uno los escalones de la casa que habíamos proyectado hacía más de un año, pacientemente hasta el sexto piso, esa que construimos sobre la anterior, derribando paredes, construyendo cimientos y bases sólidas , cuando decidimos seguir adelante ante la pregunta”¿ y ahora qué hacemos? ¿seguimos con el proyecto?”. La respuesta , entonces, no tardó en llegar, era clara y sencilla, “seguimos con nuestros sueños y nuestras vidas, caminando juntos, por el tiempo que tengamos juntos“. Así de simple y así de sincero, como lo veníamos haciendo desde el comienzo.
A medida que subía cada uno de los escalones, iba recorriendo con la mirada, las paredes que alguna vez habían sido mías, en algunas todavía podían verse los rastros de las sillas, los dibujos y las marcas de algún espejo que ya no estaba. Todas esas habían sido nuestras paredes, nuestros espacios. Cuando subí el último escalón, con una sola mirada supe inmediatamente que ya había estado ahí mismo, en ese lugar, era tal cual lo había visualizado hacia más de un año, cuando empezaba a soñarlo. Allí estaban los cuartos y las vistas llenas de sol de cada una de las ventanas, allí estaban los pedazos de un sueño que se había vuelto realidad. Habíamos logrado seguir soñando, pero también habíamos logrado construir sobre lo que ya teníamos, con todo lo que simbólicamente eso representaba, nuevas paredes, nuevos cimientos, nuevas historias y una nueva mirada desde lo alto, que permitía ver más lejos y más profundamente.
Me detuve a llorar y a empaparme de lágrimas cargadas de significados por la magnitud de todo lo que nos estaba pasando, porque repentinamente había logrado darme cuenta de todo lo que había aprendido en este último tiempo y de la fortaleza que eso representaba para cada uno de nosotros. Más tarde vería las analogías entre estos procesos, de una manera tan clara que me resultarían increíblemente maravillosas.
Cada uno de los controles posteriores se transformaron en encuentros enriquecedores, en los que decidí no preocuparme tanto por las respuestas de cada uno de los estudios, sino confiar en las ganas de vivir que llenaban mis días.
Tuve múltiples respuestas al blog, todas únicas, todas distintas, todas increíblemente maravillosas de gente totalmente desconocida. Con algunos seguimos escribiéndonos asiduamente, como si ya nos hubiéramos encontrado , hace muchos años. En muchos casos se ha transformado en una extensa forma de agradecer lo mucho e intenso que he recibido, y que aprendido a compartir. Pero este agradecer diario de cada mañana, mezclado con el sueño profundo y los ojos apenas entreabiertos se han vuelto fundamentales para comenzar cada día. Cada maravilloso día. He aprendido también a no tratar de juzgar a la gente ni a realizar numerosos intentos por abarcarlas con mis múltiples explicaciones sobre casi todo, con la certeza de quien tiene la verdad en sus manos. He tratado de simplemente entregar aquello que podía dar a quien quisiera tomarlo, pidiendo lo que necesito cada vez más claramente y abriendo espacios para lo que aún no sé o sencillamente no puedo hacer. Por esa razón pude comenzar a disfrutar de un trabajo que amo, en un rol que fui descubriendo, poco a poco, entregándome a las cosas de los chicos, a sus mágicas ocurrencias y a sus oportunas preguntas, con una sonrisa divertida y dispuesta a sentir placer.
En esa magia increíble me encontré un día frente a un chiquito de cuatro años que me vino a plantear muy suelto y sin tapujos: “ ¿ vos sabés que fulanito dice que sos pelada? , haciendo clara alusión a mi incipiente pelo, que yo no intentaba siquiera ocultar. Me reí un rato, pensé en la respuesta que iba a dar y me dirigí a la maestra de la sala, pidiéndole permiso para conversar algo con el grupo. Nos sentamos juntos y les conté un poco divertida acerca del comentario, nos reímos entre todos y les expliqué claramente que había hecho un tratamiento para curarme de una enfermedad que me había hecho caer el pelo, me hicieron preguntas, les di respuestas claras y sencillas y les expliqué que prefería que no me llamaran “pelada” cuando no podía escucharlos. Lo entendieron perfectamente, jugaron a imaginar conmigo las formas en que podía salir mi cabello futuro, las nenas imaginaron colores increíbles y algunas veces hasta me prestaron una gorra .
La maestra asistía pasmada a la situación, habíamos hablado del cáncer, sin dolor, sin temores, dando una clara señal de vida y desdramatizando todo hasta el punto de reírnos juntos de muchas cosas, que a los adultos los dejan sin palabras.
Me gusta pensar que estas cosas educan y dejan un mensaje, porque también son parte de la vida, porque nadie está ajeno a ellas y porque compartirlo sigue siendo lo que permite perder el miedo.
Por eso en las salas de espera de rayos leímos cuentos con T. de cinco años, hincha fanático de Racing, que esperaba igual que yo a que le tocara su aplicación . Las caras de sus papás a diario me transmitían el dolor de quien desearía estar en el lugar de su propio hijo , de la desesperación de quien no puede hacer más, y el agotamiento de esos ojos cansados de tanto sostener. Por eso un cuento a tiempo, cuando las miradas generales eran de compasión, por eso las ganas irrefrenables de llenar estos espacios de vida, porque podemos transformarlos y seguir nuestro camino, por el tiempo que nos toque recorrerlo.

Amo la Vida- Del cáncer a la transformación (Parte XXII)

XXII


Cada día se había transformado en un aprendizaje , en algo por descubrir sobre mi misma, como si se tratara de una historia en la cual poco a poco iba conociendo a los personajes, adivinando sus gestos e interpretando miradas. Todo sucediendo , casi, por primera vez.
Mi recuperación se me antojaba por momentos, demasiado lenta, quería correr hasta llegar a la siguiente etapa, siempre apurada por un tiempo interno que me señalaba que debía sentirme bien, salir y caminar, como si nada hubiera atravesado mi cuerpo.
Sin embargo, en este redescubrir el mundo, estaba decidida a no saltearme nada, buceando en mis emociones y sincerándolas hasta llegar a comprenderlas y hacernos amigas.
Así, poco a poco fui retomando mis ansiadas “rutinas”. Volver a terapia era mi primer desafío, no tanto por la necesidad interna de revisar cada una de las emociones que había descubierto en mí, sino para escucharme poner en palabras algunas cosas que nunca había podido enfrentar.
Finalmente allí me encontraba una mañana, pidiéndole a Julián que me acompañara un par de cuadras hasta el consultorio de la psicóloga, ya que me costaba mucho esfuerzo caminar y aún estaba bastante dolorida. Ese mismo Julián , que me visitaba a diario en el hospital y que casualmente un día, se había cruzado con mi terapeuta que se había acercado a verme. “¿Ese es Juli ?“, me preguntó cuando nos quedamos solas. Hasta entonces no había logrado ver que ese “Juli “ de mi discurso se había transformado en un hombre corpulento, bastante más alto que yo, que había dejado de ser un nene hacía rato. Esa pregunta me había llevado a pensar ¿es así como yo me lo represento internamente? Evidentemente, algo había cambiado internamente , en mi propia mirada.
Esas cuadras hasta el consultorio, me parecieron eternas, pero se transformaron , en si mismas , en un espacio y un tiempo diferentes, en el que le permití a mi hijo acompañarme y sostenerme, conversando con él sobre las cosas sencillas de siempre.
Enseguida de haber salido de casa, me mira y me dice : “ mamá, saliste sin la peluca…, ¿no te da cosa….?” Mi respuesta salió clara y firme, “esta soy yo, esto es lo que me pasa “. Él me estaba queriendo proteger de la mirada complaciente y lastimosa del afuera, porque alguna vez yo le había enseñado que eso era importante, que la mirada del otro era importante para mí.
A partir de allí, conversamos esas dos cuadras sobre lo que necesitaba cambiar y en como debía transformar aquellas cosas que me habían hecho daño.
Siempre había estado allí, la mirada del “otro”, exigiendo, juzgando, censurando, marcando errores, prolijamente construida a lo largo de muchos años. La mirada del otro parecía ser más importante que mi propia mirada, y estaba allí presente a lo largo de mi historia para marcarme una y otra vez todo lo que me salía mal. Eso se había transformado en una suerte de autoexigencia suprema, en una necesidad de cumplir imperiosamente todos los mandatos y de buscar permanentemente la aprobación de los demás.
Pero la imagen del espejo me había mostrado que esa persona segura, independiente y desenvuelta era un ser frágil que buscaba ser querida por sobre todas las cosas. Allí estaban las cosas que debía revisar una y otra vez hasta transformarlas, hasta que “esa mirada” perdiera fuerza y se fuera desdibujando poco a poco ante otra más fuerte y potente, que surgía de mi propio ser interior.
Como siempre, me entregué a mi espacio terapéutico, con la necesidad de encontrar mis propias respuestas, muchas de las cuales intuía ; otras , las iba aprendiendo poco a poco y algunas , llegarían con el tiempo.
Mis días, eran espacios abiertos que podían llevarme a distintos lugares posibles. Apenas podía moverme con comodidad, pero mi mente estaba más alerta y despierta que nunca. Me dediqué con pasión a la lectura, trasladándome apenas unos metros hasta el parque, con una reposera, para ubicarme debajo de algún árbol a llenarme de energía, leer y observar a mi alrededor. Por ese entonces, me había encontrado con un libro de Elizabeth Gilbert “Comer, rezar, amar” , que me resultaba fascinante y me acercaba la experiencia personal de la autora , sobre su propia búsqueda interna. Me resultaba muy difícil meditar como lo venía haciendo cotidianamente con Sofía , el cuerpo me había marcado sus límites de una manera muy precisa, pero recordaba que Simonton en su libro recomendaba intentar las relajaciones aún cuando las personas enfermas se encontraran postradas en una cama. Mi desafío se trató entonces, de encontrar la manera de serenar las molestias de mi cuerpo , atravesado por el cáncer y la medicina tradicional, acompañarlo en cada movimiento y ayudarlo a relajarse poco a poco.
Las primeras veces me resultaba muy difícil, tenía la cintura muy dolorida, el abdomen tenso y la respiración muy agitada, sin embargo, buscaba un tiempo y un espacio en el que pudiera hacerlo , para dedicarme a pequeños objetivos. Primero relajar pequeñas partes del cuerpo, luego ir incorporando otras hasta llegar a relajarlo todo por completo. Más tarde, controlar la respiración , e ir aumentando la cantidad de aire que ingresaba a mi cuerpo a medida que podía hacerlo.
Poco a poco me di cuenta que podía alcanzar esos pequeños objetivos y que mi cuerpo se iba recuperando hasta alcanzar su dinámica habitual. Hasta ese momento, nunca había tomado conciencia que mi energía fluía más allá de lo imaginable, aún, cuando mi cuerpo se mostraba dolorido y cansado. Entonces, ¿ de dónde surgía esa energía? Yo no lograba ubicarla en ningún espacio de mi cuerpo, sentía que había una relación directa entre mis emociones y sentimientos y aquello que me recorría de punta a punta, aún cuando no pudiera moverme. Pero ¿dónde estaba esa energía? ¿ cómo era posible que tuviera tanta fortaleza y que esta pareciera no tener límites?
Allí me encontraba , sumergida en una serie de descubrimientos internos que revolucionaban mis creencias más antiguas, pero a la vez, generando una fuerza interna que me acompañaba todo el tiempo.
En algunos momentos me planteaba seriamente la posibilidad de que mi cuerpo no pudiera llegar a acompañar este crecimiento espiritual,¿qué opciones tendría entonces? .Eso me generaba dudas y temores; a veces mucha angustia, y en otras ocasiones , sencillamente parecía no importarme demasiado. Entonces volvía a revisar una y otra vez cada una de mis alternativas , podía limitarme a esperar una recuperación mágica, como si todo dependiera de un milagro , que quizás podría no llegar a suceder jamás, o aprovechar cada uno de los momentos que tuviera que vivir , para seguir aprendiendo . Seguía sin estar dispuesta a ser una enferma quejosa , que describe sus síntomas una y otra vez , al tiempo que se acomoda tranquilamente en una cama para tomar el control remoto , maldiciendo su mala suerte y esperando que le llegue el fatídico momento .
Me detuve a pensar que así como no elegimos vivir, ni la familia en la que vamos a nacer, tampoco elegimos el momento en que vamos a morir, ni la manera en que esto va a suceder. Sin embargo, tenemos la magia en nuestras manos , de como vamos a vivir cada uno de los instantes que nos toque atravesar. Esa magia, nos permite elegir, crear, descubrir, aprender y volver a empezar, las veces que sea necesario. Esa iba a ser mi opción, mi propia magia interna, esa era la manera en que había elegido vivir cada uno de mis días , sin saber ni preguntarme cuántos iban a ser, ni si iba a tener el tiempo suficiente para mis ansiados proyectos, ni siquiera con quien los iba a vivir. Poco a poco fui desterrando los “para siempre” y los “ jamases”, para enviarlos al lugar donde había decidido guardar el “no voy a poder” .
Decidí vivir , agradeciendo cada mañana abrir los ojos y poder disfrutar de lo que ese día me deparara , con sus maravillas y sus obstáculos, pero dispuesta a no dejar de pasar por cada día como si éste no hubiera existido.
Inevitablemente, el tiempo dejó de ser importante, ya no importaba cuánto más iba a quedar por delante de mis propios pasos, ahora “mi” tiempo , era propio, personal, único, eran mis sueños y mis deseos, mis necesidades y mis propios ritmos, las ganas de dar y de recibir , a cada uno de quienes me rodeaban.
El tema de la muerte había aparecido en mi vida de una manera palpable y posible, lo llevaba conmigo a la terapia, lo hablaba en pequeños diálogos con quienes mas cerca tenía, pero cuando me encontraba sola con mis propios temores, trataba de enfrentarlos y desmenuzarlos hasta que desaparecieran por completo.
De manera muy lenta y casi cuidadosa, mi cuerpo empezó a recuperarse de sus dolencias , mientras yo trataba de acompañarlo en su recuperación, dejando fluir mi energía y mis ganas, llenándome de proyectos y retomando mis clases de gimnasia expresiva poco a poco, casi como aprendiendo cada movimiento por primera vez.
La ley de atracción se había incorporado a mi vida a través de “El Secreto”, al principio con bastante incredulidad .Me había dedicado a leer detenidamente la recopilación de pensamientos de grandes filosos y pensadores al respecto. Ciertamente, hacía cientos de años que se habían enunciado algunos conceptos que hacían referencia a la fuerza de la atracción y su importancia y allí me encontraba yo , tratando de descubrir de que se trataba eso de lo que tanto había escuchado hablar.
En esos días de controles médicos permanentes y augurios no muy prometedores, me encontraba evaluando la posibilidad de realizar la última quimioterapia. Mi oncóloga había anticipado que mi corazón estaba débil por la toxicidad que las drogas habían dejado en mi cuerpo , y no estaba segura de que pudiera completar el ciclo de tratamiento.
Sin embargo, y muy a pesar de los pronósticos poco alentadores, estaba decidida a seguir adelante y a lograr que mi cuerpo y cada una de sus células se recuperaran completamente. Había encontrados millones de motivos para seguir adelante y no estaba dispuesta a resignar ninguno de ellos por una sentencia negativa de la medicina.
En la última internación me habían realizado un sinnúmero de procedimientos invasivos , que me habían dejado exhausta y con ganas de proteger mi cuerpo de todo aquello que implicara un nuevo avance de la ciencia en pos de un diagnóstico certero. A pesar de haber realizado numerosas tomografías y resonancias, el sólo hecho de imaginar el líquido que debía ingerir para el contraste y los eternos minutos dentro de un aparato de alta complejidad, que no hacía mas que emitir unos chillidos insoportables mientras yo debía permanecer inmóvil y prácticamente encerrada, me predisponían de tal modo que me sentía mal, aún antes de realizar el estudio.
Había decidido probar “El Secreto” en algo concreto y tangible, mi próxima tomografía, pero ¿cómo saber cuales eran los pasos concretos que debía realizar? Volvía una y otra vez a releer los capítulos hasta comprender finalmente de que se trataba esta maravilla de la “ley de atracción” y como siempre “aprender” algo nuevo me deslumbraba . Estaba decidida a intentarlo una vez más.
La ley de atracción sostiene que hay básicamente dos tipos de emociones que determinan nuestros pensamientos y nuestros actos, un primer grupo de aquellas estaba conformado por infinitas formas negativas como el odio, el rencor, las frustraciones, la culpabilidad y todo aquello que nos hace sentir mal . Estos sentimientos atraen otros similares y determinan que todas nuestras vivencias queden opacadas por la baja frecuencia que emitimos a nuestro alrededor y hacia quienes nos rodean. Cuando uno funciona en estas bajas frecuencias, todo parece salir mal y pareciera que no dejaran de sucedernos cosas negativas.
A lo largo de mi vida, había conocido un sinnúmero de personas funcionando en esta baja frecuencia . Todos ellos parecían signadas por la mala suerte. Nunca lograban concretar lo que se proponían, y los obstáculos aparecían frecuentemente, aún cuando parecían estar a punto de alcanzar los objetivos.Todos quienes estaban a su alrededor les devolvían la imagen de más y más frustración, los vínculos de afecto parecían ser intrincados, complejos y dolorosamente vacíos . Las personas que funcionan en estas bajas frecuencias parecen recibir lo mismo de quienes están a su lado, tienen relaciones que no desean y están repletas de reclamos por aquello que no reciben . Ciertamente, había crecido rodeada de estas bajas frecuencias, en las que los mensajes muy claramente decían que las cosas “siempre” se consiguen con un trabajo muy duro y constante y que el camino para lograr aquello que uno desea esta decididamente reñido con el placer. Finalmente, cuando el logro estaba allí para tan solo disfrutarlo, nunca era tal y se desdibujaba detrás de esa conocida sensación de ¿para qué era que quería llegar hasta este punto?. Esa pregunta nunca tenía respuesta, porque uno debía comenzar una y otra vez a caminar en pos de nuevos deseos que conducían irremediablemente a lugares indeterminados.
La Ley de Atracción hablaba también de otros seres, que funcionaban en frecuencias que irradiaban luz y energía positiva, los que se recuperaban una y otra vez de situaciones difíciles, los que se habían compenetrado tanto de sus metas, pero éstas parecían venir hacia ellos casi sin esfuerzo alguno. Cuando pensaba en estos seres no hacía más que imaginarme en esa persona especial que acompañaba mi vida, Gus, mi compañero de ruta quien había demostrado ser una de esas personas increíblemente afortunados , a las que algunas cosas parecían sucederle de manera sencilla y meramente azarosa . Él derrochaba una suerte de optimismo generalizado y una fuerza interna que arrasaba con todo a su alrededor. Lo había visto enfrentar situaciones , cargado de una energía y un optimismo envidiables. Aquello que a cualquier ser humano sencillamente lo dejaría tendido en una cama a Gus lo movilizaba de manera suprema hacia adelante, primero un paso, luego otro y otro y así sucesivamente. Había observado como iba en pos de cosas realmente imposibles, con la certeza absoluta de que las iba a lograr. Así de sencillo , sin preguntarse siquiera cómo iba a lograrlo.
Me propuse intentar el cambio. Al fin de cuentas, había obtenido numerosas certezas en toda esta etapa de aprendizaje que me había regalado el haberme enfermado de cáncer.
El día que tenía la cita para realizar una nueva tomografía decidí poner en práctica mis nuevos descubrimientos. Comencé a formular de manera intencional una serie de afirmaciones, relacionadas con el estudio que debía realizar, “ la tomografía será rápida y sencilla, transcurrirá sin molestias e inconvenientes y rápidamente podré irme a casa a seguir con mi rutina de lectura” , sin permitir ni un atisbo de dudas al respecto . Asimismo me imaginaba el líquido para el contraste con un sabor delicioso, ingresando por mi boca y convirtiéndose en un bálsamo que me llenaba de energía renovadora. Había llegado a visualizar estas situaciones, como si fueran reales y tangibles, de tal modo que habían logrado perder la carga negativa que las mismas habían arrastrado desde hacía unos meses.
Las afirmaciones no eran sencillas, pero se fueron incorporando como un hábito saludable en cada una de mis acciones cotidianas.
Al llegar al hospital para realizar el estudio, me entregaron la jarra del líquido de contraste y me señalaron un lugar donde debía esperar mi turno. Me senté, tomé el libro de “El Secreto” y comencé a tomar beber pequeños sorbos, mientras hojeaba distraídamente sus páginas. Era el mismo líquido , pero esta vez sabía realmente diferente. El mismo que me provocaba náuseas con sólo sentirlo cerca ahora esperaba pacientemente a que terminara de beberlo. De manera inmediata apareció una técnica que me preguntó si ya estaba lista para el estudio, a lo que yo respondí que aún no había terminado de tomar el líquido. Simplemente lo mira y me dice que era suficiente, que con lo que había tomado bastaba para el contraste. Un poco atónita y otro poco agradecida, me pregunté interiormente por qué razón esta vez todo parecía resultar tan simple y sencillo.
De manera casual la técnica dirigió una mirada hacia el libro que sostenía entre las manos y me dice “ es genial, todo sucede tal cual dice ahí”, refiriéndose claramente a “El Secreto”.
El estudio transcurrió rápidamente, y sin ninguna complicación, las imágenes resultaron tan claras que no fue necesario demasiado tiempo para que los médicos pudieran obtener aquello que necesitaban.
Al salir del consultorio me sonreía al pensar en cuán diferentes habían sido las cosas esta vez, algo había cambiado, algo se había transformado para perder poder y dejar espacio al juego de creer que pueden ocurrir las cosas con sólo desearlas.
Tal vez había sido eso, tal vez mi energía positiva había traspasado los límites racionales para volverse mi aliada, o simplemente, la Ley de atracción era tan fuerte y poderosa , que resultaba sencillo pedir, soñar, desear y simplemente entregarse a todo lo bueno que la vida tiene para regalarnos.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Amo la Vida- Del cáncer a la transformación- Parte XXI -

XXI

El torbellino de emociones que me había dejado el haber atravesado una situación tan delicada de salud, se había encontrado por primera vez con una imagen que devolvía el espejo, casi como una manera de gritarme que debía despertar y dejar de esconderme detrás de una máscara. Allí estaba yo, observando atentamente a esa persona en el cristal, que por momentos se me antojaba desconocida, y que osaba mostrarme de una manera descarada, las huellas que el cáncer había dejado en mi cuerpo,
Esa mujer calva, con el vientre hinchado y que apenas podía caminar encorvada, se me antojó una extraña sumamente vulnerable, pero allí estaba, analizando cada uno de mis propios gestos, como si fuera la primera vez que me observaba.
Esos días de internación en el hospital se habían convertido en profundas marcas en el cuerpo, además de las del alma. Allí asomaban tibiamente las noches de sueño desparejo e interrumpido , mientras los restos de la infección, el cansancio extremo, el andar lento y la curvatura de la espalda , me señalaban una y otra vez que debía aprender sobre mis propios pasos .
Mi cuerpo había llegado a un límite preciso ,allí entre la vida y la innombrable muerte .Necesitaba recomponerse y volver al equilibrio de cada una de sus funciones. Allí estaba yo, tratando de interpretar las señales y descubriendo poco a poco como podía acompañarlo en ese proceso.
A los pocos días de estar en casa, entre libros y trasladándome apenas de un sillón a la cama , volvió la fiebre y tuve que regresar al hospital. Otra vez, la guardia, los estudios, las interminables tomografías, tan solo para decir lo que yo intuía: mi alta había sido muy temprana, y necesitaba algunos días más de internación , para recuperarme.
En esta ocasión, me encontraba más serena y había podido repasar mentalmente muchas de las cosas que me habían sucedido, esto me había dado una nueva perspectiva. Iba a esperar los tiempos que mi propio cuerpo requiriera para volver a estar bien, sin apuros, sin falsas expectativas, sin dibujar una Fabiana saludable a cada visita de los médicos.
En toda esa etapa tuve muchos altibajos emocionales y trataba de sobreponerme a ellos , sin presiones ni exigencias. Los dejaba aparecer buscando entender que significaban , por momentos me sentía sobrecogida por la debilidad y la angustia y en otros, no tenía dudas de que el universo se encontraba de mi lado, para que las cosas salieran maravillosamente bien.
Sentía mi cuerpo enfermo y recuperándose, pero también sentía por primera vez, como se sucedían unas a otras las situaciones en las que mi cuerpo era agredido e invadido por los innumerables intentos de la medicina tradicional de comprender y ponerle un nombre a lo que me sucedía. Me realizaban estudios de manera constante, para evaluar todas las variables, me extraían sangre varias veces por día y me despertaban durante la noche para darme medicación y cambiarme el suero . Estaba excelentemente atendida, y sin embargo, lo único que deseaba internamente era estar en paz, entre mis paredes y mis afectos.
Por ese entonces , se habían sucedido una serie de hechos que se me antojaban poco casuales, y que seguramente habían ocurrido con la simpleza de las cosas que no tienen una explicación racional. Pese a mis intentos de realizar mis meditaciones diarias, el cuarto del hospital no resultaba el lugar ideal y constantemente me sentía frustrada por alguna interrupción o por algún ingreso sorpresivo en la habitación. La habitación compartida, los médicos que sorpresivamente se asomaban con un séquito de personas a las que nunca llegaba a reconocer, hablando entre ellos como si yo no estuviera allí mirándolos y tratando de entender algo sobre lo que me sucedía. Los enfermeros diligentes, iban y venían de una a otra habitación prendiendo las luces pero muy pocas veces volviendo a apagarlas , golpeando puertas de manera interrumpida, y así continuando, casi indefinidamente, hasta que todo volvía a empezar por la mañana.
Una de esas noches en las que se habían sucedido los portazos y las irrupciones constantes en la habitación, había tratado , sin llegar a lograrlo, concentrarme en respirar , profunda y lentamente, para relajar mi cuerpo y así tratar de conciliar el sueño. Luego de varios intentos y cuando prácticamente había desistido, decido escuchar la radio. Una voz calma y pausada me sedujo en la primer sintonía captada , hablando de algo que no llegaba a comprender completamente pero que sin lugar a dudas, me atrajo lo suficiente para intentar seguir el relato. Casi por arte de magia, esa persona estaba narrando de manera muy detallada , diferentes tipos de respiraciones .Entonces me pareció que estaba , una vez más, acercándome las respuestas que yo estaba necesitando , justo en el momento en que realizaba las preguntas.
Durante el lapso de una hora, durante la cual esta persona se explayaba en detalles sobre la importancia de la relajación, las irrupciones sorpresivas dejaron de sucederse, las puertas de golpearse y mágicamente mi respiración comenzó a normalizarse hasta permitirme entrar en un sueño profundo.
Alguna vez había leído un texto acerca de cómo cada uno de nosotros atraía, sin proponérselo , las cosas que le sucedían y las personas con las que se relacionaba. En ese entonces, no creo haber llegado a comprenderlo plenamente, sino hasta ahora en que cobraron sentido muchas de las aparentes casualidades que me habían rodeado siempre, frente a las cuales mi corazón parecía estar despertando.
En muchas ocasiones había sido testigo impasible de distintas personas quejándose incesantemente de su mala suerte, así como de haberse enamorado siempre de quienes no eran apropiados para ellos. Sin embargo, ¿que estaba pasando con las energías , que eran liberadas al mundo y con lo que cada uno de nosotros se mostraba capaz de ofrecer a quienes nos rodean?
De manera muy casual, el libro de W. Dyer me había buscado en la mesa de una librería, y cada vez que lo recuerdo, no puedo más que sonreírme , ya que fue eso exactamente lo que pasó. Yo estaba buscando un libro que no recuerdo y había olvidado por completo que alguna vez alguien me había hablado de “El poder de la intención”#.Luego de un buen rato de hurgar sin éxito, tomo un libro y asoma por debajo de éste, otro , que equivocadamente se encontraba allí, no correspondía al sector, ni siquiera estaba registrado como existente. Pero allí estaba, esperando que yo lo encontrara y recordara que hacía tiempo alguien lo había recomendado para mí.
“¿Quién puede ofrecer lo que no posee?¿Quién puede compartir lo que se niega a sí mismo?# Sentía que esto era verdaderamente así, cada uno de nosotros necesitaba irradiar aquello que deseba, vibrar en altas energías si es lo que verdaderamente desea encontrar en su camino. En varias ocasiones me había sucedido de haber encontrado seres maravillosos, llenos de luz y dispuestos a brindarme algo que me hacía falta, mi historia estaba repleta de esos encuentros casuales. Sin embargo también estaba repleta de algunos hechos que habían tenido lugar porque yo había dejado de pedir, tan solo para entregar, aquello que tanto buscaba.
Mi vida personal había estado salpicada , como la de todo el mundo, por numerosas situaciones de dolor, de crisis y hasta de abandono, pero siempre había la había relatado como una seguidilla de hechos que me había llevado hasta donde hoy me encontraba. De esa manera, cada uno de los hombres que había querido, habían cumplido un papel importantísimo en mi vida, y siempre había salido enriquecida de las relaciones que había construido. Todos los seres con los que había compartido algún momento me habían enseñado algo y sin lugar a dudas, había podido atraer a las personas que había deseado atraer, dejando ir a aquellas que vibraban en otra frecuencia.
Me gustaba llamar a la historia de mi vida como la historia de los encuentros y al cáncer, como la señal que me había traído aquello que yo necesitaba encontrar.
Al estar internada por segunda vez , me encuentro con una compañera de cuarto que había dejado hacía unos meses a su familia en una provincia del interior y en ocasiones se encontraba muy angustiada, como solía sucederme a mí. Muchas veces nos escuchamos hablar de estos dolores , cuando la luz se apagaba y nos sentíamos lejos de todos a los que queríamos.
Una noche, ella recibe la visita de dos personas que vienen a orar a su lado. Pero esta vez, detrás de la cortina que separaba nuestros cuerpos y nuestras angustias, la escuchaba tranquilizarse y entregarse al un Dios desconocido, con plegarias que me resultaban ajenas, casi como un canto. Las lágrimas comenzaron a brotar sin poder detenerlas, con toda la angustia de esos días y cargadas de los miedos que parecían no dejarme en paz.
Luego de un rato, cuando había dejado de llorar casi en silencio, veo que alguien se asoma hacia mi lado y se despide con una bendición, como si todo hubiera estado allí tan solo para que yo lo recibiera. Algo de ese clima y esa paz había logrado traspasar la cortina que nos separaba e invadía toda la habitación, a pesar de que mi relación con la religión había sido siempre muy contradictoria.
Desde momentos tempranamente dolorosos en los que había culpado a Dios de absolutamente todas mis circunstancias , hasta los que había sostenido con la arrogancia de quien descree de todo , que yo sólo confiaba en el hombre y sus capacidades , haciendo referencia en los aspectos más racionales. Luego me había definido claramente como agnóstica y lo había sostenido casi como un estandarte, a quien deseara escuchar mis argumentos existencialistas.
Sin embargo, en muchas ocasiones me había podido encontrar en mi propia esencia con un costado espiritual que me subyugaba y al que no podía terminar de encuadrar bajo algún tipo de rótulo. Ese costado espiritual me hacía entrar en profundas contradicciones , en las que no podía interpretar con mis saberes racionales los acontecimientos que me ocurrían.
Hacía tiempo había comenzado a leer las casualidades que me ocurrían descubriendo en ellas un hilo conductor. Todas las personas que se cruzaban en mi camino parecían estar allí por alguna razón con algún mensaje que yo necesitaba escuchar para ampliar mis horizontes y algunos otros mensajes, habían estado allí hacía bastante tiempo sin que yo pudiera siquiera acercarme a ellos para interpretarlos.
Hace algunos años , me encontraba trabajando en una escuela inmensa y a simple vista sumamente caótica, con una gran cantidad de salas , en la que se superponían los turnos y siempre estaba repleta de niños. Un día se incorpora una maestra nueva, con la cual nos haríamos muy amigas a través del tiempo, que se dirigió sin dudarlo hacia mí, que no me encontraba cerca de ella ni tampoco de la entrada. Comenzamos a hablar y mientras trataba de buscar algunas referencias para que se sintiera más cómoda , la acompañé a su sala, la presenté al grupo y le expliqué rudimentariamente algunas cosas. Con el tiempo, llegó a confesarme que , al entrar al jardín, miró la situación caótica de los nenes correteando y almorzando en ese patio gigante , los grupos de maestras tratando de contenerlos y sintió ganas de huir de allí, hasta que vio a lo lejos a una persona sentada , leyendo un cuento, pero que despedía un brillo especial, caminó despacio y sintió que por allí podría comenzar a integrarse a ese nuevo espacio.
Ella no supo nunca explicarme la razón que la llevo a acercarse a mí, más allá de ese brillo especial, pero algunos años después y cuando esto me había sucedido en varias ocasiones, me encontré en las páginas de un libro con un relato similar. En él se explicaba que muchas veces el Universo nos muestra nuestras opciones como despidiendo una luz que las diferencia del resto, pero a pesar de eso, no siempre somos capaces de abrir la mente para acercarnos a ellas, aunque sean las que menos buscaríamos en ese momento. Tan sólo mucho tiempo después nos daríamos cuenta que la respuesta estuvo siempre allí, al alcance de la mano, brillando con luz propia y que la habíamos dejado pasar.
Aprendí a estar más alerta con mis intuiciones, especialmente a quienes me rodeaban, a entablar pequeños diálogos, algunos sin una real intención, pero siempre descubriendo que habían sido necesarios por alguna razón.
Cuando uno despierta sus sentidos, abre sus percepciones y entra en una especie de comunicación con todo lo que lo rodea, que no puede ser traducida en términos racionales . Por eso, comencé a aprender de las cosas que me sucedían y eso me permitió encontrarle sentido a las cosas que no tenían explicación.
Cuando tengo alguna duda, suelo plantearme: “Este momento es como debe ser”, y simplemente trato de abrirme a lo que puedo aprender de él.
Mi segunda internación pasó a través de estos altibajos, como quien recorre un camino conocido y lejano, ya había pasado por esto, y estaba tratando de recuperar el equilibrio que había perdido. Me entregué a los cuidados y a los mimos con la seguridad que brinda el amor, me sentía acompañada, mis hijos iban y venían pasando sus ratos conmigo, haciéndose cada vez más adultos y mostrándome lo bellas personas que habían llegado a ser. Muchos habían traspasado la puerta de la habitación, tan sólo para hacerme compañía, y muchos otros se acercaban hasta allí respetando la intimidad pero mostrándose dispuestos a dar una mano, tan solo desde el pasillo y acompañando a Gus.
Las marcas que la enfermedad me había dejado estaban allí en mi cuerpo y ya no se escondían detrás de la peluca, sin embargo, mi cuerpo brillaba y resplandecía de alegría, nutriéndose de cada uno de estos encuentros.
Las ausencias tenían una fuerza palpitante, pero así como había decidido mostrar mis marcas, así habían terminado de caer todos los velos que me rodeaban, para dejar expuestos cada uno de los agujeros que tenía mi historia, los que siempre había tratado de esconder, hasta de mi misma.
El cáncer había atravesado mi cuerpo para enseñarme aquellas cosas que a través de tantos años no había podido aprender. Porque para aprender uno primero necesita observar atentamente todo lo que encuentra a su alrededor, procesarlo y luego transformarlo con sus propias energías positivas.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Amo la Vida- Del cáncer a la transformación (Parte XX)

XX


Aquellos días en los que estuve internada se transformaron en un punto de inflexión para muchas cosas a mi alrededor. Todo parecía tener un antes y un después, pero no solo como un sencillo recordatorio de la cronología de los hechos, sino que por alguna razón que entonces no llegaba a comprender, se había transformado en la profunda transformación de cada una de las personas que habíamos participado del mismo.
Habían decidido darme el alta para continuar con mi recuperación en casa, lo cual implicaba seguir con un reposo absoluto, una dieta estrictísima y con la medicación antibiótica por unos días más. Sin siquiera proponérmelo, al menos concientemente, me encontraba angustiada y dolorida a mas no poder, pero entre mis propias sábanas. Apenas podía movilizarme y dar unos pasos, que ya estaba completamente exhausta, lloraba a mares por cualquier razón y lo único que me daba un poco de paz era sentir la textura y los olores de mis propias sábanas, que parecían estar esperándome para cobijarme.
Mailén y Victoria se acostaron a mi lado en la cama a conversar, más bien a escuchar con paciencia las cataratas de emociones que brotaban de mi boca. Eran mezclas de agradecimientos , con angustias, con dolores y con las consabidas ausencias, que ahora habían pesado más que nunca ante la fiereza de las presencias sostenidas de la familia que había construido.
Faltaría aún , un tiempo más para llegar a comprender los cambios que habían estado implicados entonces, y que habían permitido que finalmente cayeran los velos que seguía sosteniendo frente a mí, tan solo para no terminar de ver algunas cosas que siempre habían estado .
En esos días me reencontré con mis aspectos más infantiles, con la desprotección de quien tiene miedo y se sumerge en la palabra de sus afectos que le prometen que todo va a estar bien. Pero también me encontré repentinamente, con las pequeñas seguridades de quienes me quieren bien y se entregaron a acompañarme , mientras yo me atrevía, casi por primera vez , a mostrarme vulnerable, débil y necesitada.
Una amiga me repetía que dejara de asombrarme , que yo solo cosechaba lo que siempre había sembrado. Algo tan obvio y sincero como eso, no dejaba de encontrarme maravillada y absorta, cuando me despertaba de un sueño a deshora en el hospital y a mi lado tenía a mi tía Betty, la misma que había desenredado pacientemente mis rulos, la de la mágica sopa a la reina, la del amor incondicional a sus hijos, cuidando que todo estuviera bien y divirtiéndome con sus anécdotas de siempre.
Los velos habían comenzado a caer, uno a uno, así, dolorosamente por primera vez y me habían llenado de preguntas sin respuesta, o quizás sí , había respuestas para enfrentar y resultaban muy dolorosas.
A lo largo de toda mi historia, había crecido luchando contra muchas cosas que se me habían antojado difíciles de resolver, me había ido a vivir sola muy tempranamente, había tenido una hija de soltera y la había criado también sola los primeros años de su vida, había enfrentado numerosas dificultades económicas y de las otras, pero había salido victoriosa y fortalecida, había dedicado todos mis esfuerzos por demostrar y demostrarme que podía lograr lo que me propusiera, pero nunca lo había hecho verdaderamente por mí, siempre había sido para la mirada de quienes nunca me había visto, de quienes siempre creían que no era suficiente.
Todo mi intento había sido siempre el de luchar por un lugar, por un afecto, por una mirada, y esa suprema sobreexigencia había ido dejando todos mis deseos personales, uno a uno, de lado y postergados. Alguna vez por ese entonces, mi psicóloga me había señalado muy oportunamente, para quién hacía mi trabajo de maestra, seguramente en respuesta a alguna manifestación de mi parte de cómo me gustaba trabajar con los chicos en la sala, tratando de lograr que cada uno de lo mejor de sí mismo. La respuesta era obvia, de manual, “para los chicos”, “me interesa que aprendan” pero también recuerdo haber agregado que me interesaba tener un muy buen vínculo con los padres, que me parecían fundamentales en el proceso . “¿Los padres de quién?, respondió ella. Eso bastó para que yo repensara toda mi historia y me diera cuenta de que “todo” , indefectiblemente, había sido para ellos, antes que para mí.
Desde chica había soñado con una gran familia, de esas que aparecen en las películas, con primos, tíos, montones de chicos, mucho amor, repleta de personajes típicos y había decidido, al mejor estilo Susanita, que la iba a tener por mí misma. Quizás por ello, envidiaba las fiestas en casa de mis tíos, repletas de gente, bullicio y risas, adonde no me dejaban participar , sino tan sólo anhelarlas detrás de una simple pared divisoria. Quizás por eso hubiera querido alguna vez participar de los viajes que mi tío organizaba en el colectivo, cargando colchones y gente, en lo que me parecía entonces una aventura increíble con mis primos. Quizás por eso también, cuando llegué por primera vez a la casa de las tías de Gustavo, la que era históricamente el centro de reunión de una familia de once hermanos, de las cuales mi suegra era la más pequeña de todos, entendí por primera vez que siempre había deseado una familia parecida. Así, con sus malos entendidos, sus sobremesas, sus históricas anécdotas y sus roles predeterminados, esperando un mate preparado con agua tibia y otra pava, tan solo para mí, como solía hacerlo Mariquita. Así también, con un patio gigante repleto de árboles y plantas, que se transformó en el espacio de juego de tantos años para mis hijos, donde se escondían, vivían aventuras y soñaban, mientras llegaba el aroma de alguna cosa rica de la cocina de Linita.
Quizás por eso, la primera vez que anduve por allí, quedé fascinada y ante la pregunta de Gus sobre como la había pasado, simplemente respondí que sentí por primera vez , que allí “podía sacarme los zapatos”, no sé si entonces lo comprendió o le hicieron falta unos cuantos años de vida juntos, para llegar a entender todo lo que quedaba encerrado en esa afirmación.
Seguramente, por eso me apropié de esa familia como si hubiera sido la mía desde siempre y dejé que mis hijos la disfrutaran plenamente, para asistir al paso de los años y a como cada uno iba asumiendo los roles de quienes iban partiendo, para seguir su camino. Así se fueron formando las nuevas familias y los nuevos centros de encuentro, para continuar con las historias compartidas. Quizás por eso, sigo disfrutando de las cosas ricas que siempre prepara Silvia, mi cuñada, como por arte de magia, con la simpleza de los ingredientes de siempre pero mezclados con la historia que tienen detrás , mientras asisto divertida a las respuestas de Julián que dice seriamente “yo quería una madre que cocine…”, mientras me limito a abrir alguna caja mágica para preparar alguna receta express que no necesita siquiera horno.
No sólo habían comenzado a caer mis velos poco a poco, sino que además había descubierto que mis afectos de siempre estaban allí, esperando que los vaya a buscar para comenzar a reunirlos con mi propia historia
La familia puede transformarse en esto, el espacio donde uno puede sentirse libre de andar descalzo y sin caretas , donde podemos apoyarnos en las fortalezas de cada uno de quienes nos rodean cuando hace falta y brindar las nuestras cuando el otro no llega con las suyas. No siempre es posible, no siempre se puede concretar , pero sin dudas, para quien siempre la ha necesitado, es además el espacio para sentir que uno ha llegado por fin a “su lugar”.

viernes, 28 de agosto de 2009

Amo la vida- Del cáncer a la transformación- Parte XIX

XIX

La siguiente quimioterapia me encontró muy saludable y cargada de energía , quizás por eso , mis miradas y cuidados se dispersaron y anduvieron bastante distraídos por entonces. Un sábado a la tarde, en la primer semana luego de la aplicación, habíamos salido a pasear y disfrutado como nunca de una caminata, mas tarde un helado y una vuelta a casa pensando en nada. Así, absolutamente despreocupada y neutropénica, me encontró el mail que me informaba del cierre de la escuela de Julián.
En ese momento todo pareció desmoronarse repentinamente, ¿cómo era posible que tomaran esa decisión a tan pocos días del inicio de las clases y cuando debían comenzar los exámenes ? ¿cómo explicarle a mi hijo que venía preparando una materia que aborrecía desde hacía varias semanas, que no sabía dónde la iba a rendir?¿ cómo encontrarle explicación a un hecho que para la institución sólo ameritaba un mail escueto y frío? Elegir la escuela secundaria había sido un largo proceso, habíamos recorrido escuelas, lo habíamos acompañado al curso preparatorio y a los exámenes de ingreso, nos habíamos convencido que un sistema contenedor era lo mejor para Julián. En ese momento sólo lograba pensar cómo iba a decírselo cuando llegara y que en realidad no había podido contenerlo de lo único verdaderamente importante. Su vida, su hacer cotidiano, sus amigos, las tardes de fútbol, todo había quedado maravillosamente acotado a una escuela que ahora no existía.
Esa noche me había resultado francamente imposible conciliar el sueño, la cabeza me martillaba constantemente y a pesar de que me había sumergido en las páginas de diferentes instituciones, no podía más que esperar hasta el día lunes para comenzar a visitarlas.
La respuesta de Julián fue muy concreta y sencilla, él confiaba en nosotros y en que íbamos a encontrar una buena escuela para él, se propuso seguir estudiando Biología y esperar a ver como se resolvían las cosas. Los llamados a otros padres eran constantes, los chicos estaban desesperanzados y querían mantenerse juntos, en lo posible. Algunos se habían propuesto dividirse la tarea de recorrer instituciones, para luego compartir la información. Sin embargo, nos resultaba difícil compartir un criterio, en definitiva, de todas las escuelas que habíamos visitado hacía unos años, esta era la única que había cerrado.
En ese momento me olvidé de confiar en el universo y en la magnífica ley que determina que las cosas suceden por alguna razón y me dediqué a la tarea de recorrer escuelas y pedir entrevistas, justo en el momento en que mis defensas estaban prácticamente destruidas . La temible neutropenia.
Después de un lunes agotador e interminable, no sólo me sentía cansada a más no poder , sino que también me sentía descompuesta. Esta sensación duró toda la noche y no me permitía conciliar el sueño, por lo que opté por recostarme en el living y tratar de relajarme un poco, mientras el resto de la familia dormía.
A primera hora de la mañana, estaba extenuada de no haber podido descansar y las molestias en el abdomen eran constantes, por lo cual Gus decidió llevarme al hospital, para que me revisen.
En cuanto llegamos a la guardia, comenzaron a hacerme análisis y estudios, tenía un poco de temperatura y mucho dolor en toda la zona abdominal. La espera resultaba interminable, los médicos iban y venían con órdenes , la guardia cambiaba y nuevamente aparecían otras caras y otras indicaciones. En ese momento comencé a sentirme por primera vez muy mal, pidiendo con desesperación algún calmante que pudiera ayudarme, mientras Gustavo se enojaba con quienes circulaban a mi alrededor y no hacían nada por calmar mi dolor. En ese entonces nos explicaban que no debían enmascarar el cuadro abdominal y que me iban a dar calmantes en cuanto pudieran hacerlo.
A todos los que allí estaban, quería gritarles que yo tenía una muy buena tolerancia al dolor, y que era una buena paciente, que ya había tratado de relajarme, pero que me resultaba imposible hacerlo y que sentía que un Alien iba a surgir a mis entrañas, mientras estas parecían desgarrarse muy lentamente.
En algún momento y luego de haberme aplicado algunos analgésicos fuertes , deciden pasarme a una sala de terapia en la guardia. Me recosté en una cama y miré a mi alrededor, todas personas inconcientes o dormidas, conectadas a aparatos que emitían diferentes sonidos. Las enfermeras y médicos iban y venían de uno a otro, midiendo, leyendo datos, tomando temperaturas. Todo parecía una secuencia interminable de acciones que los llevaba a saltar de un enfermo a otro. En ese momento , no podía pensar en absolutamente nada, ni siquiera en Gustavo que había quedado en algún lado, angustiado y asustado, sin que nadie pudiera darle una respuesta sobre lo que me estaba pasando.
Se acerca un médico a mi lado y observa que ninguno de los analgésicos me había hecho efecto, seguía llorando de dolor en la cama, intentando tomar un líquido espantoso para realizar una tomografía abdominal . Indica a las enfermeras darme morfina, yo sólo atiné a preguntarle que me iba a pasar y si iba a desmayarme. Jamás escuché la respuesta, porque creo que no la hubo y porque de manera instantánea había perdido la conciencia de todo, mientras la morfina entraba en mi cuerpo dolorido.
De ahí en más, sólo recuerdo flashes de escenas que no llegaba a comprender, algunas caras, frases sueltas, y la sensación de dolor yendo y viniendo en mi cuerpo. Recuerdo también haber intentado infructuosamente, terminar de tomar el líquido nauseabundo, para luego vomitarlo por completo sobre mi ropa y mi cuerpo.
Más tarde, recuerdo ir en camilla por un pasillo del hospital, ver alguna cara conocida, pero claramente no podía enhebrar una frase con sentido. En otro momento estaba en una habitación y al girar la cabeza hacia un lado, observé detrás de un vidrio , la mirada y la sonrisa cómplice de Juan, el novio de Mailén. Era él , estaba segura, pero ¿qué hacía ahí?, al menos Mai estaba acompañada, me dije. En otro instante la voz de Patri, la esposa de Daniel, que me hablaba bajito al oído y me decía que todo iba a estar bien. No tenía preguntas, no tenía coherencia, no entendía nada, pero todo era una secuencia de hechos sin sentido.
Después de un par de días el cuadro empezó a mejorar y pude comprender un poco mejor lo que me había pasado, mientras me alojaban en una habitación común. Hasta entonces había permanecido aislada en un sector destinado a transplantes , donde me visitaban médicos y cirujanos en forma permanente.
La verdad es que no tengo muchos recuerdos de esos dos primeros días, en los que estuve bajo los efectos de la morfina . Poco a poco los iría reconstruyendo con la ayuda de todos los que me cuidaron y estuvieron cerca de nosotros. Un poco con risas, otro poco, con bastante emoción y llanto, es que comenzamos a dibujarlos, como quien arma un rompecabezas lleno de imágenes sin sentido y en los que parece pasaron cosas realmente importantes.
Allí me enteré que mi neutropenia me había producido un cuadro muy grave de infección intestinal, sin defensas, la infección había crecido muy rápidamente . Las caras que yo veía en mi inconciencia, era de diferentes médicos que me evaluaban permanentemente para determinar si debían operarme.
También supe que Gus había quedado solo y angustiado afuera de una sala de emergencias mientras se acercaban al hospital Soledad, su secretaria, y Victoria, para tratar de contenerlo y acompañarlo. Más tarde Mailén, y Daniel y Patricia, tratando como siempre de dar una mano.
Fueron los días más difíciles, pero allí estaban todos mis afectos y mis amores para gritarme su incondicionalidad. De muchos solo supe de oídas, a otros los recuerdo de a ratitos, pero todos estaban allí, donde yo sólo podía sentir. Creo que es por eso que recuerdo los cuidados tiernos de Mai, la mirada pícara de Juan , la presencia energética de Victoria, el sonido suave de la voz de Patri, el amor firme de Gus , las plegarias de Olga , al lado de mi cama y la mano suave de una de las doctoras que me despertaba con cuidado en mitad de la noche. Poco a poco, me fui llenando de presencias y de cuidados, de mensajes y palabras que me llegaban de todos lados, de la presencia de Julián, que a pesar de todo seguía adelante estudiando como podía y diciéndome “mamá vos por mi no te preocupes.”. Allí estaba Gus, buscando desesperadamente escuela, corriendo de uno a otro lado, hablando con médicos, tranquilizando y conteniendo a todos, respondiendo preguntas y volviendo una y otra vez a mi lado, para gritarme su amor.
El haber llegado a una habitación común me pareció entonces , el pasaje más maravilloso a un estado más real, como si repentinamente me hubiera vuelto a conectar con todo lo que me rodeaba y principalmente con la vida. Creo que entonces comprendí cuál era el sentido de tantas drogas mágicas a las que la gente recurre y cuya única intención es la de dibujar una realidad paralela donde no existen registros de las cosas que nos rodean. Más que nunca necesitaba estar conectada con el mundo a mi alrededor y sentirlo en cada poro, sentir los miedos y los dolores casi como un bálsamo y descubrir mis emociones, allí, intactas y dispuestas a dar y recibir lo que hubiera para dar y recibir.
Poco a poco comencé a tomar real dimensión de lo grave que había sido mi situación de salud, no porque me sintiera realmente bien, sino porque había empezado a reunir las piezas que me faltaban para comprender finalmente que mi cuerpo se había defendido con uñas y dientes de una infección terrible, cuando casi no tenía armas para hacerlo. Ciertamente, había sido como aquella pregunta que alguna vez me había hecho para plantearme una meta que valiera la pena alcanzar. Así, como agarrada a un clavo ardiendo, así de firme , me había agarrado a la vida y había sostenido una batalla agotadora.
La conciencia de mi cuerpo al límite de sus fuerzas me produjo una convulsión interna muy fuerte. Me sentía débil, dolorida y extenuada, pero sobretodo, me apabullaba una sensación de angustia interminable que tardó mucho tiempo en desaparecer.
Por ese entonces, descubrí en Mailén , mi niña chiquita y frágil ,a una mujer increíblemente fuerte y tierna, capaz de enfrentar a los médicos con despecho y exigirles la mejor atención que pudieran darme, pero también, capaz de abrirse y mimarme como si fuera lo único verdaderamente importante. Allí estaba ella, tomando mi mano, acariciándome y acostándose a mi lado en la cama , para que pudiera dormirme , hablando bajito a mi oído, como susurrando un cuento. Por momentos , parecía que la historia nos había puesto a jugar otros roles, ella ahora era la mamá protectora y yo era la nena débil y asustada, que necesitaba desesperadamente que alguien la proteja y le diga que todo va a estar bien. Me entregué a sus cuidados con la certeza de haber podido verla por primera vez con toda la magia y la fuerza de la que ella es capaz .
Al comienzo de mi relación con Gus , pasamos algunas épocas bastante difíciles hasta lograr adaptarnos a esto que se suele llamar familia ensamblada. Sin embargo, en varias ocasiones, frente a los comentarios de las personas que me rodeaban , me encontré diciendo que todo había sido bastante sencillo para mí, porque Victoria era una personita muy especial. Ahora habían pasado muchos años desde entonces y allí estaba ella, sentada a mi lado en la cama, convertida en una mujer, y enseñándome que la palabra que se había inventado para describir este vínculo era absolutamente desconocida para nosotras. En estos años, habíamos logrado construir algo más , nos habíamos conocido, habíamos aprendido a querernos, nos habíamos acompañado en diversas situaciones y habíamos comenzado a encontrarnos en muchas de las cosas que compartíamos. Esa energía creadora que me había ayudado a iniciar mi espacio de meditación estaba toda junta allí y a mi lado, con una fuerza increíble , aunque por dentro sea sin dudas , la más frágil y la que más necesita que la apoyen. Cuando ella nació, había peleado por su vida para absorber cada minúscula burbuja de oxígeno y se había aferrado con sus manitos diminutas a lo que la vida le estaba ofreciendo por primera vez. Esa había sido su propia victoria personal.
Entonces , me dí cuenta que tenía una hija más, no porque la haya traído a la vida a través de mi propia sangre, sino que lo había hecho a través del vínculo indisoluble que habíamos creado entre ambas y que estaba plasmado en esos ojos que me sostenían con fuerza una mirada profunda y se cargaban de emoción por las cosas más simples de la vida.
El pasar varios días en el hospital me permitió mirar a mi alrededor y darme cuenta de las dinámicas y las historias que se tejen en los pasillos, los parientes que no se hacen cargo, las angustias de quienes están solos y asustados, las demandas permanentes a los enfermeros, que a su vez están cansados y agotados de sus propios problemas, y la actitud de entrega de muchos otros . Una de esas noches difíciles e interminablemente largas, se escuchaba gritar con desesperación a una mujer muy anciana , pedía ayuda, estaba sola y el estar internada la había afectado sobremanera. Los enfermeros estaban abocados a tratarla y contenerla, pero la situación no era sencilla, las horas pasaban y era imposible conciliar el sueño.
Mailén se recostó a mi lado una vez más, conversamos un rato hasta que finalmente se quedó dormida, acurrucada a mi lado. Mi sensación de angustia era cada vez mayor, quería salir corriendo de allí e ir a refugiarme entre mis propias sábanas, al menos por un rato. Era agotadora la sensación de gente moviéndose por los pasillos, abriendo y cerrando puertas, entrando bruscamente en las habitaciones , como si los demás pacientes fuéramos sólo eso “pacientes” capaces de permanecer quietos e impasibles a semejante demostración de soledad.
En mi caso, la angustia de esta anciana había logrado traspasar mis poros para mezclarse con mi propia angustia, la primera, la más básica , la que siempre había estado allí. Cerré los ojos para tratar de dormir y comencé a buscar entre mis propios recursos algo que me ayudara a relajarme . Traté de recordar alguna plegaria, pero no lograba acordarme como se hacía, empezaba las frases e intentaba una y otra vez, mientras empezaban a caer mis lágrimas, pero no lograba hacerlo. Me enojé conmigo misma por no recordar como se rezaba, en ese momento que deseaba creer que alguien tenía un poder supremo y podía ayudarme a sobrellevar mi angustia, justamente en ese instante había olvidado como era el mecanismo para llamar a su puerta.
Todo me resultaba muy difícil, respirar profundamente y llevar aire a mi centro energético, era doloroso, ya que mi abdomen estaba muy inflamado. Sin embargo, poco a poco , fui entrando en una especie de estado de ensoñación en el que me transporté a una situación de mi infancia, que hacía mucho tiempo había sucedido. En esa situación, me habían llevado a operar de adenoides, absolutamente engañada. Me veía a mi misma en el hospital, rodeada de médicos, siendo sostenida por detrás por una enfermera, y pidiendo a los gritos que alguien me ayudara, mientras una puerta se cerraba, dejando en el pasillo a un padre que asistía a mi dolor sin siquiera percibirlo. Luego vino la sensación de ahogo , del algodón con cloroformo sobre la cara, para dormirme, e inmediatamente comencé a sentir que no podía respirar. Habían pasado mas de treinta años y yo estaba reviviendo la situación como si hubiera ocurrido hace apenas un instante.
Sin siquiera proponérmelo, la angustia de la anciana me había transportado en un viaje por mi propia angustia. Casi como en un ejercicio psicoanalítico, abrí los ojos y todo me pareció mucho más claro. La sensación de opresión , comenzó a ceder y pude comenzar a respirar profunda y armoniosamente por primera vez , para relajarme y caer en un sueño profundo.

viernes, 31 de julio de 2009

Del cáncer a la transformación - Parte XVI - XVII - XVIII

XVI

Había llegado el día de la operación y me sentía realmente tranquila, me había preparado cuidadosamente siguiendo todas las indicaciones y había llegado al hospital muy temprano, cuando comenzaba a amanecer.
En esta ocasión, había decidido utilizar las técnicas que había aprendido para relajarme, las que hasta el momento estaban dando mucho resultado. Había meditado larga y profundamente el día anterior, en varias oportunidades, para mantener el estado de equilibrio y no dejarme apabullar por la ansiedad que me rondaba.
Esa mañana me había bañado y a pesar de los tumultuoso de los últimos días, me había detenido a observar mi mama por última vez, así, con detenimiento, casi como una despedida, tratando de registrar mis emociones como quien absorbe todo lo que sucede a su alrededor. En silencio, agradecí los increíbles que habían sido los días previos, después del año nuevo. Gustavo se había transformado en mi compañero inseparable y habíamos andado prácticamente juntos de la mañana a la noche para luego seguir haciéndolo, de la noche a la mañana. Primero las rutinas de trabajo, recorrer las obras e ir al estudio, luego almorzar en algún lugar tranquilo y más tarde dedicarnos a encontrar algún lugar donde robarle al día un par de horas sólo para nosotros, para dejar la peluca a un costado y dedicarnos al placer de encontrarnos. Se que entonces se encontraba ansioso y que deseaba más que nada en el mundo que yo estuviera tranquila, por eso buscaba llenarme de mimos y ternura. Por mi parte, quería transmitirle mi paz y agradecerle infinitamente lo buen compañero que había demostrado ser.
Había conocido a varias mujeres que no tuvieron la misma suerte, a quienes al dolor y al temor que representa estar enfermas de cáncer, le habían adicionado otro mayor. En algunos casos, la soledad obligada de no tener con quien compartir lo que una va sintiendo, los procesos y las angustias profundas. En otros, los hombres que huían despavoridos, incapaces de sostener siquiera la mínima mirada. Unos cuantos, se encontraban con su mujer y a pesar de acompañarlas en el peregrinar de consultorio en consultorio, no podían dejar de verlas como “enfermas”, sin cabello y con la quimioterapia marcada en el cuerpo. Las he escuchado aceptar el rechazo, el desinterés y la falta de ternura como si fuera la única respuesta posible de sus compañeros. Allí estaba yo, jugando al amor entre sábanas que no eran mías, con un compañero que seguía sosteniendo que mi pelada redonda le parecía sexy, que me encontraba más linda que nunca y que después de dieciséis años era capaz de reconocer las cosas que yo maravillosamente deseaba. En esos días aprendí lo que era el Amor, así, con mayúsculas y negrita.
Esa mañana había preparado todo lo que iba a llevarme, con mucho cuidado. Había guardado prolijamente las cartas, los mails y los dibujos que me habían mandado los chicos, junto a la figura de cerámica que me había prestado Marce, tan sólo hasta que me recuperara. Pero también tenía la Fe prestada de todos los que sí creían con fuerza y habían depositado respetuosamente sus buenos deseos en sus propios santos. Casi como un aprendizaje, había armado en la compu de casa, un collage de imágenes, que quería tener a mi lado antes de ir al quirófano. Había elegido las fotos que más me gustaban de los chicos, de Gus y de mí, de Sara y de mi papá, y también de las chicas, así, las cuatro con cara de salida de mujeres. Había incluido deliberadamente a los novios de Mailén y Victoria, porque ellos también se habían transformado en parte de nuestra familia, habían comenzado a aparecer tímidamente en la cena de nochebuena y se habían mostrado pendientes y preocupados por contener a las chicas de la manera que ellos sólo podían hacerlo.
También tenía conmigo un frasco de agua bendita que Mai me había acercado, de la mamá de Juan que ponía sus rezos a mi disposición y que tan bien se incluía entre los afectos que recibía mi hija por ese entonces.
Casi sin pensarlo estábamos haciendo los trámites de internación, que resultaron muy rápidos y sencillos y habíamos comenzado a caminar hacia el sector de los quirófanos. ¿Pero cómo, no voy a ir primero a una habitación? Preguntaba sin entender. La respuesta era sencilla, el médico ya estaba esperándome y podíamos comenzar con los preparativos para la operación enseguida. Después me asignarían un cuarto. Como explicarle entonces a la empleada diligente y amable, que yo había fantaseado las cosas de otra manera ¿por qué las estaban cambiando? ¿No sabían que yo necesitaba un tiempo, mi propio tiempo, para acostumbrarme y repetir una vez más mis rituales de relajación y meditación, acomodar las fotos que había preparado para mirar antes de operarme, hablar con Gus , tranquilizarlo y mostrarme segura, para luego colocarme el camisolín, quizás hacer alguna broma y dejarme llevar por los pasillos del hospital?
Todo comenzó a suceder vertiginosamente, primero pasar la puerta del sector de quirófanos, entrar a un box y desvestirme, colocar mi ropa en una bolsa de plástico y entregársela a Gus, que en un abrir y cerrar de ojos estaba ahí, parado, con todas mis cosas en una simple bolsa de basura y despedirnos así, sin demasiadas palabras, con un beso cortito y aséptico. De pronto me acordé de Juli y Mai, estaban solos, quería abrazarlos pero no podía hacerlo, quería gritarles que estaba bien y que se quedaran tranquilos. Él, creciendo tan de golpe y demostrando que podía ser un hombre a pesar de sus quince años. Ella tan chiquita, tan vulnerable, tan frágil en sus afectos y tan mujer en el alma y en el cuerpo, pero estaba su papá, el que la vida le había acercado sin proponérselo y sólo por amor. Estaba él, para contenerla y abrazarla y para darse mutuamente, la fuerza y la confianza que necesitaban.
Más allá de lo que la sangre escribe en nuestras células, habíamos construido una familia, paso a paso, aprendiendo a conocer y a aceptar a las personas que habían ido apareciendo en nuestras vidas, descubriéndolas en gestos y comenzando a amarlas como si siempre hubieran estado allí.
La familia que creamos estaba gritando presente de una manera tangible, nos pensábamos, nos cuidábamos, nos queríamos, estábamos disponibles para acompañarnos cuando fuera necesario.
Estábamos repletos de lazos sin nombre, pero increíblemente fuertes, que desdibujaron aquellos otros que no estaban y que en realidad nunca habían estado.
Lo único que tenía a mano entonces, era el frasco de agua bendita, que me había quedado en la cartera. Decidí violar la asepsia echándome encima unas cuantas gotas, antes de despedirme de Gus.
Inmediatamente apareció mi médico, para hablarme y acompañarme en la camilla, mientras me tomaba la mano. Me sentí segura y contenida, y recién entonces me pude relajar. No sólo me entregué a sus manos y a su sabiduría, sino que me dispuse a confiar esta jugada a sus propios movimientos. Los cirujanos son una rara especie, dice generalmente la gente, el mío sin duda, era único, era además una bella persona, que esperó pacientemente a que me quedara dormida, sin dejar de hablarme y tomándome de la mano una vez más.Atrás había quedado Gus con la bolsa, en una imagen que se me antojo difícil.
Afuera, en el bar de la esquina, se iban encontrando poco a poco Vicky y Mai, con Sara, más tarde Juli y Gus respondiendo incesantemente llamados y mensajes de texto, mientras calmaba las angustias de todos.
En todos estos meses había pasado por muchos estados de ánimo diferentes, alguno de los cuales parecían incontenibles para quienes me rodeaban, pero siempre había encontrado un lugar para gritar, llorar, enojarme, mostrarme confundida y hablar de mis fantasías de muerte. No me había sentido aislado con mi mama enferma, era mi mama y mi dolor, pero el compartirlo lo había podido transformar en menos solitario.
Se que Gus había demostrado ser un hombre increíblemente paciente y fuerte, sorprendiéndome una vez más, como tantas veces, pero mis hijos habían demostrado también una capacidad de amor y cuidado que nunca había pensado podía existir así, toda junta y dispuesta para ser entregada.
Todos habían crecido y se habían fortalecido, todos habíamos podido aprender de lo que como familia nos estaba pasando y nos habíamos permitido soltar las cosas que siempre habían estado allí guardadas para alguna vez, cuando fueran necesarias.
Hacia poco había vuelto a releer el libro de Simonton y había subrayado una frase:”La intimidad surge de los sentimientos compartidos. En el momento que comienzan a reprimirse los sentimientos comienza a perderse la intimidad”. Era tan simple como eso y allí estaba yo a mis cuarenta años descubriendo que el hablar claramente y con franqueza nos había devuelto salud a todos.
Cuando volví a abrir los ojos, ya en la sala de recuperación, miré el reloj sobre la pared y a mis lados, no habían pasado muchas horas, apenas tres o cuatro. Había otras camillas y otros pacientes que aún no habían despertado. Las primeras palabras que sentí en mi cabeza fueron “estoy viva” y me sentí profundamente agradecida, con lo que fuera que existe más allá de cada uno de nosotros.
Así, sin ponerle un nombre a la energía que había movido mis motores y me había puesto en marcha, simplemente sonreí, mientras levantaba la sábana para observar mi propio cuerpo.


XVII

Todo era extraño, mi cuerpo había cambiado notablemente. Una de mis mamas había desaparecido detrás de una pequeña cicatriz que parecía un bolsillo sobre el lado izquierdo, apenas ardía, casi no molestaba, a excepción de los drenajes que tenía colocados. Eran dos y asomaban por debajo de mi axila y en mi pecho, dejando escapar un líquido sanguinolento, que resultaba bastante impresionante.
Mi brazo izquierdo estaba allí inmóvil, esperando que las órdenes que le enviaba desde mi cerebro se pusieran en marcha, pero todo resultaba imposible, colgaba a un lado semi flexionado y medio adormecido, haciendo bastante difícil las cosas más sencillas. Hasta entonces no había tomado conciencia de lo complicado que hubiera sido que se tratara del otro brazo y la otra mama, me hubiera sentido muchísimo más torpe e incapaz de hacer cualquier cosa.
Casi de inmediato me enviaron a casa para seguir en reposo, previo haberme llenado de recomendaciones acerca de todo lo que no debía hacer con mi brazo izquierdo, y de cómo debía cuidarlo. Claramente no podía hacer nada, no comprendía de qué cuidados me hablaban ya que pensaba que iba a estar así para siempre. Claudia me había contado quede a poco iba a ir recuperando los movimientos, que eran importantes los ejercicios y me había mostrado como era ella misma, capaz de levantar el brazo operado en dirección al cielo.
Estar en casa era sencillo, bastante reposo, en la cama o en un sillón, manteniendo un almohadón debajo del brazo y pasando las horas entre la televisión y las lecturas de algún libro. Sin embargo, me había encontrado con la dificultad de la vestimenta, cada una de las veces que tenía que ir al control al hospital.
Primero se trataba de buscar alguna prenda que me permitiera estar cómoda y principalmente , que pudiera ponerme sin mover el brazo, luego, mirarme al espejo para buscar la manera de acomodar los drenajes con algún pañuelo en la cintura y por último comenzar a rellenar el corpiño con medias o algodón, para sentirme más cómoda con la imagen en el espejo.
No se trataba entonces de la pérdida de la mama, que había aceptado con bastante naturalidad, sino de las incomodidades que esto me había traído aparejado. No pasó demasiado tiempo para que me diera cuenta que nada de lo que había en mi placard me resultaba inútil, todo era muy escotado, muy ceñido al cuerpo, muy sexy. Mi imagen ahora se estaba acomodando a lo que encontraba en el espejo, muy gradualmente, explorándose de a poco y con paciencia.
Una mañana, cuando ya me habían retirado los drenajes, después de veinte días, decidí que no quería seguir viéndome con remeras gigantes, que se me antojaban de hombre, y las que iba sacando una a una, de la pila de Gus en el placard.
Mi brazo apenas se levantaba, separándose del cuerpo, para después volver a caer. Rellené entonces mi corpiño una vez más y salí a caminar por caballito, buscando en las vidrieras algo que pudiera serme útil. Con bastante dificultad me encerraba en los probadores para probarme ropa, y sin pedir ayuda, comenzaba a separar remeras y camisas para llevarme.
Había decidido que esa era mi nueva imagen y estaba decidida a amigarme con ella, para reconocerme en el espejo cada vez que me mirara.
Ese mismo día me propuse buscar en Internet algún lugar donde vendieran soutiens para mujeres mastectomizadas , que no fueran espantosamente feos y antiestéticos. Quería algo más que un corpiño con una prótesis. El sentirme mujer no dependía de mi mama, pero sí dependía de mi aspecto general, quería verme femenina y gustarme, para después gustarle al mundo.
Hace un tiempo había concebido la idea de que mis pensamientos representaban un común denominador y que por lo tanto, si a mi se me había planteado esta diyuntiva respecto de la elección de un soutien, era muy probable que esto mismo le hubiera ocurrido a muchas otras mujeres, que no se resignaban a lo que se ofrecía en las casas de prótesis ortopédicas.
Nuevamente, me sumergí en Internet, que por entonces había adoptado como una aliada maravillosa, para encontrarme que efectivamente existían algunas, muy pocas realmente, casas dedicadas a la corsetería femenina, que contemplaban la necesidad de la mujer de sentirse femenina.
Allí me encontré con encajes, colores, bordados y todo tipo de detalles posibles, hacían soutiens y trajes de baño adaptados a cada necesidad. Elegí algunos que me resultaron atractivos y acepté los consejos respecto de los breteles y las tasas, con la certeza de quien conoce su trabajo.
A los pocos días tenía una pila de nuevas remeras, corpiños y camisolas, y una lista infinita de ejercicios para poner en práctica, varias veces por día.
Yo no podía dejar de ser la buena alumna que siempre había sido, de tal modo que me ponía en marcha con los movimientos, en cualquier situación. A veces mirando la tele, otras mientras estaba en el baño, en el auto o escribiendo en la computadora. Mi brazo se movía en círculos sobre la mesa a una lentitud que parecía eterna y era francamente agotador intentar levantarlo apenas unos centímetros.
Sin embargo, lo fui logrando como todas las cosas que fui aprendiendo en la vida, con mucha paciencia y dedicación, como cuando leí el primer cuento de Borges y me pareció ininteligible, así, de a poco y ,casi obsesivamente , queriendo aprehenderlo para mí.
Mi brazo retomó su movimiento y gran parte de la sensibilidad perdida, mi imagen se acomodó en el espejo y en mi cabeza y una vez más había decidido no dejarme caer en la lástima sobre mi misma.
Todo lo que me estaba sucediendo en ese momento se me presentaba como un abanico de opciones, aún cuando estas parecían reducirse a la mínima expresión, siempre habían existido. Allí estaba la opción de compadecerme de mi suerte, limitarme a la pérdida y a las remeras gigantes de mi esposo o el proponerme elegir lo que realmente me hacía feliz.
Había aprendido a preguntarme una y otra vez : “¿Cuáles son las consecuencias de escoger este camino? ¿Traerá esta decisión que estoy tomando felicidad para mí y para quienes me rodean?# . Increíblemente al hacerme estas preguntas, las respuestas aparecían por sí solas, por sobre las demás opciones posibles, a través del registro de las sensaciones en mi cuerpo.
Generalmente uno atraviesa cada una de las opciones que se le presentan por el tamiz de la conveniencia y la racionalidad, pero es el cuerpo el que en definitiva va a marcarnos cuál de todas es la adecuada. Allí están los mensajes de placer y displacer, para que los escuchemos, las tensiones acumuladas en los hombros, los dolores de cabeza, el tedio y el bienestar sutil que se asoma en nuestros poros cuando algo nos llena el alma.
Mis opciones habían estado allí desde el principio y muchas veces, las elecciones que había realizado , me habían llenado de obligaciones y malestares .En muchos otros, yo ni siquiera había elegido mis propias respuestas.
Sin embargo, estaba dispuesta a aprender y a interpretar las cosas que me sucedían , escuchando mis propias emociones y a transformarlas poco a poco, para así, transformar la realidad.
Se que esto resulta difícil de comprender y hasta produce una sensación de incomodidad, ¿cómo dejar de ser personas racionales, que deciden en función de las conveniencias e intereses? Este ha sido mi desafío desde entonces y siempre que he tenido que elegir y decidir, me he propuesto tenerlo muy presente.
Casi como si se tratara de la primera vez, me encuentro mirando mis opciones frente a frente y eligiendo solo aquello que imagino me hará sentir bien.
Casualmente, me he sentido muy feliz al hacerlo y tengo la certeza de que han sido las correctas.

XVIII

Los pasos siguientes en el tratamiento habían estado muy claros desde el comienzo, luego de la operación era necesario realizar dos ciclos más de quimioterapia . Había transcurrido más de un mes desde entonces y la movilidad del brazo era muy buena, los análisis revelaban un cuadro clínico inmejorable y sin dudas, los cambios en la alimentación habían rendido sus frutos.
Desde el inicio, Otto me había tratado de convencer de los beneficios de la dieta macrobiótica, la cual me resultaba francamente difícil de poner en práctica. No podía resignar los litros de café que me devoraba a diario, pero había comenzado a equilibrar la ingesta de algunos alimentos, incorporando cereales y legumbres a cada comida y reemplazando la carne y el pollo por otros nutrientes. En ese entonces sostenía lo complicado de llevar a cabo una dieta totalmente macrobiótica , en principio por el aspecto social, que me remitía a transformarme en un bicho raro que buscaba en los menúes algo que pudiera comer y se tratara de productos naturales , “sin prana negativa“, como sostiene mi amiga Bettina. Luego de la operación, dejé automáticamente , de comer “cosas con ojos”, frente a las risas de quienes me rodeaban y la perplejidad de quienes conocen mi devoción por los dulces y chocolates . Curiosamente , me sentí mucho mejor.
Casi sin quererlo, Bettina comenzó a aparecer en mi vida como un guía espiritual , mientras se encontraba realizando su propia búsqueda interior, con mucho dolor y mucho crecimiento. Siempre había estado presente, desde el principio, siempre habíamos hablado y manteníamos una suerte de empatía sobre algunas cuestiones que nos resultaban muy básicas. Sin proponérnoslo, habíamos llegado a construir una especie de comunión muy fuerte de emociones, ideas y pensamientos. Ocasionalmente, habíamos intercambiado libros, pero claramente, ella aparecía ante mí con muchos mensajes que yo recién ahora podía comenzar a interpretar.
En su propia búsqueda interior, se había acercado a una Fundación denominada “El arte de vivir”, y era asidua concurrente de los miércoles para respirar , en los cuales se reunían unas cuantas personas para poner en práctica las nociones más elementales, sobre como respirar de una manera más completa, logrando una oxigenación profunda de todo el organismo. Cada una de las cosas que ella aprendía venían a mí como una respuesta a algo que estaba necesitando, con un halo de “ extraña casualidad” rondando alrededor.
Uno de los primeros libros que me acerca es “El secreto”, de Rhonda Byrne, que se transformó en un compañero inseparable de mis ratos de ocio, por entonces bastantes frecuentes.
Cuando comencé a leerlo , sencillamente me fasciné por lo que estaba encerrado entre sus páginas y me lo devoré de manera casi instantánea, tratando de poner en práctica algunas cuestiones que , mi mente racional y escéptica, me marcaban como imposibles de lograr. Sin embargo, no eran tales , y la famosa “Ley de atracción”, comenzó a fluir , como si nada pudiera detenerla.
Según esta ley, somos plenamente capaces de lograr aquellas cosas que nos proponemos desde lo más profundo de nuestro ser, ya que al formularlas como deseo estamos poniendo en marcha un complejo engranaje de sutiles movimientos que nos llevan hacia aquello que nos proponemos.
A lo largo de nuestra historia, habíamos vivido con Gus, infinidad de situaciones que nos habían demostrado que la Ley de atracción es tan real y tangible como cada una de las cosas que nos rodeaban. Habíamos logrado superar obstáculos prácticamente insalvables, habíamos conseguido cosas que resultaban imposibles y algunas soluciones habían aparecido como por arte de magia en nuestro camino. Sin lugar a dudas, el estar convencidos de lograr un objetivo, y de que el mismo es posible y real, había determinado que no bajáramos los brazos ni detuviéramos la rueda que el universo había comenzado a girar para satisfacernos.
He conocido gente que ha tratado de formularse sistemáticamente el deseo, aquello que desea lograr, sin éxito, pero también los he visto moverse como si conseguirlo fuera francamente imposible.
Yo comencé a formularme cada mañana mis propósitos diarios, pequeños, acotados y concretos, casi absolutamente accesibles. Al final del día los revisaba y descubría absorta que todos ellos se habían cumplido, casi naturalmente.
En ese formular cotidiano, había logrado interpretar que debía formularlos no desde la carencia sino como si los mismos estuvieran cumplidos. Pero también , había aprendido a agradecer en silencio todas cada una de las cosas buenas que me sucedían a diario.
Alguna vez había escuchado “no te vayas a dormir, sin aprender algo nuevo” y lo había interpretado como la importancia de acumular algún dato nuevo, de realizar un descubrimiento, de interpretar las cosas que nos rodeaban y sacar una conclusión profunda e ingeniosa. Sin embargo, todo me estaba pareciendo más simple, la lección era sencilla, irse a la cama y revisar mentalmente lo que uno había dado al mundo y lo que había recibido de él.
¿Cuántas veces , después de un agotador día, en el cual corrimos sin parar por cumplir con nuestras obligaciones y dejar satisfechos a quienes nos rodean, nos detuvimos a pensar en ese día? Francamente, siempre había sido para mí una tarea difícil y cuando me detenía a pensar sobre las cosas que me habían sucedido, encontraba la manera más sencilla de resolverlas, que era la de encontrar culpables para lo que yo misma no había podido lograr , en el mejor de los casos , o castigarme por las que sentenciaba eran mis propias culpas, lo que no había hecho, lo que no había logrado, lo que no había resultado. Allí estaba una y otra vez mi autoexigencia presente, la misma que ahora empezaba a diluirse, como por arte de magia.
Cuando comencé a realizar este ejercicio, me encontré en múltiples situaciones , donde había podido resolver cuestiones que se me antojaban muy difíciles, pero también me descubrí en el sinnúmero de cosas que podía agradecer de mi día.
Mis deseos eran sencillos y muy básicos, quería estar curada, pero no podía formularlo desde la ausencia de salud, por lo tanto lo hacía desde la presencia de movimiento y energía. Me repetía una y otra vez que deseaba sentirme sana, ágil y dinámica, que el estudio que debía realizar , sería rápido y sencillo, y así con cada una de las cosas que debía enfrentar.
Sin lugar a dudas, luego de formularlos, me ponía en marcha y no me detenía a quejarme de mi mala suerte, mientras encendía el televisor. Al finaL del día, allí estaban para sencillamente agradecerlos.